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Capítulo 23: Empieza a volar (Parte 3)

Tarareo suavemente una nana mientras en mis brazos sostengo la dormida figura de una mujer con cabello negro y ojos grises. Recorriendo cada mechón de su cabellera con mis falanges diestras, picando en momentos sus mejillas y haciendo que tomen un rubor en conjunto con un ceño fruncido, lo que me hacía sonreír. Su nariz estaba prácticamente hundida en mi pecho, inhalando todo el aroma a menta que tengo como le fuese posible, soltando leves suspiros y se removía en su lugar hasta que su oído derecho se reposaba sobre mi corazón, relajándose con el palpitar que tenía.

El libro se había caído de entre sus piernas, atrapándolo en el aire con un con mudo Wingardium Leviosa, haciéndolo girar a voluntad hasta que volvió a la mesita donde Atenea lo había sacado. Sus piernas se enredaron en las mías, impidiéndome salir de la posición extraña que había asumido con una mujer que no era mi prometida pero sí en un posible futuro cercano. El aroma a olivas de su piel tersa me embriagaba a niveles insospechados, reaccionando instintivamente a acercarme hasta su rostro y mirar con detenimiento sus carnosos labios.

Con sumo cuidado tuve que salir de la trampa mortal que la Diosa de la Sabiduría me había puesto, ya que el día de hoy era uno bastante ajetreado en mi programación. Deposité su cuerpo en el diván, oyendo un suave quejido por la pérdida de calor corporal que le daba, teniendo que convocar uno de mis tantos kimonos para taparla y dejarla dormir un rato más.

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Los sonidos de jolgorio resonaban a través de los largos pasillos de la tienda, revelándome que algunas de las niñas cazadoras estaban discutiendo sobre la película, así como jugando entre ellas. Una brisa invernal rozo mi rostro, caminando hasta uno de los pórticos que daban al jardín y sentándome en el rellano mientras mis pies se suspendían en el aire a centímetros del suelo nevado, viendo a Khione crear conejos de nieve como la primera vez que la conocí.

Los copos descendían lentamente desde el cielo nublado, ya sea por naturaleza propia de la estación en que estamos, o por obra de una de mis prometidas, quien por momentos se olvida de sus habilidades y es capaz de pintar una habitación de blanco si está muy feliz.

Uno de los tantos conejos se acercó hasta mí, saltando a mi regazo y buscando que le dé caricias entre sus orejas mientras hacía un chillido de felicidad, el cual atrajo la atención de la pelinegra delante de mí. Su vestido de blanco se mimetizaba con el paisaje, así como su pelo abundante bailaba al son del apacible viento, silbando una cancioncilla que reemplazaba a las de las flores cuyos capullos estaban cerrados en invierno y se acoplaba con aquellas que aún florecían.

Sin perder una milésima de segundo más, saltó a mi lado derecho, sentándose cómodamente y posicionando su cabeza en el hombro diestro, dejando caer su melena como un velo de oscuridad sobre su pálida tez.

-Veo que estás feliz, niña de las nieves- pronuncio, besando su coronilla.

-Estoy comprometida contigo, qué crees? – con un tono burlón pero alegre me dice.

-Espero que tu tono sea porque estás feliz y no cansada por ello- replico lúdicamente, envolviendo su cintura con mi extremidad superior derecha.

-Soy muy feliz, por si no te has dado cuenta...en cuanto a estar cansada, bueno, digamos que aún podemos esperar un rato más- dijo ella, sintiendo como su piel empieza a calentarse, divirtiéndome.

-Así que pensando para futuro ya? Quién hubiese pensado que una muchacha con ropa interior de conejitos pudiese tener tales pensamientos descarados- repliqué, empezando a hacerle cosquillas en sus costillas, provocando que se retuerza en su lugar.

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⏰ Última actualización: Feb 09, 2018 ⏰

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