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Capítulo 22: Estira las alas (Parte 2)

El espacio negro azulado decoraba el cielo, mientras que diminutas manchas blancas descendían parsimoniosamente en un vaivén silencioso. Cada copo de nieve era distinto al que le seguía detrás, formando espectaculares fractales acuosos que se depositaban en mi cara.

Estaba sentado en el umbral de la ventana de mi habitación, despejando mi mente ante la catarata de sucesos inesperados que avasallaron inminentemente mi vida. Mis pies descalzos, ubicados por separados, uno en el marco de madera y el otro colgando en el interior de la recámara. El frío invernal nocturno desplegando todo su poder en mi rostro, entrando por mi nariz y refrescando mis pulmones.

Me había quitado el saco y la corbata, en conjunto con mi calzado, media y cinturón. La camisa blanca que portaba tenía los botones de sus mangas fuera de sus respectivos ojales, al igual que los primeros dos botones de la parte anterior de la prenda.

La brisa que se filtraba en dirección a mi pecho se sentía como una pequeña mano traviesa, provocándome escalofríos a cada segundo mientras que el propio calor de la habitación parecía sentirse celoso e intentaba recrear la misma sensación a través de mi pie descalzo, calefaccionando mi cuerpo desde la parte inferior.

Mantuve mi vista en el patio iluminado por la luna, haciendo brillar de forma pálida a las flores recubiertas de nieve. Un pequeño crujido de la puerta captó mi atención brevemente, pero eso no hizo que quitase mi visión sobre las flores. Mis pulmones cambiaron la sensación helada del aire por un dulce aroma a manzanas, invadiendo mi ser y calentado mi pecho.

Sus pasos silenciosos sobre el suelo de madera me revelaban que ella no estaba llevando calzado alguno, lo que me llevó a suponer que a lo mejor vino a mi recámara para dormir. Cerré mis ojos cuando sus brazos delgados se enroscaron alrededor de mi cintura, apoyando sus pechos contra mi brazo y reposando su cabeza en mi hombro. Sus cabellos desplegándose como un abanico por todo mi cuerpo, casi como una sábana azabache.

La respiración calmada se sincronizaba con los latidos de mi corazón aliviado. El movimiento de sus dedos en mi abdomen me hipnotizaba, logrando que me funda en mi lugar. Pero el peor de todos los calmantes que ella me podría aplicar era el embriagador perfume natural que su piel cobriza posee. El frutal aroma de las manzanas me volvía loco, despertando una emoción primordial para compartir con ella.

-Te amo- susurró ella, con su boca contra la piel descubierta de mi cuello, haciendo vibrar mi piel pálida.

Viré mi cabeza en su dirección, recibiendo de lleno la visión de una mata de pelo lacio negro, dividiéndose en hebras por su espalda cubierta con una yukata mía de color negro y azul con filigranas en dorado que bosquejaban al sol, la luna y las estrellas. Se veía realmente hermosa, tan etérea que lograba incapacitar mi habilidad del habla.

Incliné mi cara hasta su frente, apoyando mis labios en su piel. Besándola por varios segundos, para luego repetir el proceso varias veces, grabando en mi mente la sensación de sedosidad. Corrí las falanges de mi mano derecha a través de su cabellera, dejando que se escurra como agua por mi palma. Con mi mano izquierda levanté su rostro desde su mentón, revelando su pequeña nariz respingada, sus ojos marrón oscuro y sus labios carnosos.

-Te amo desde lo más profundo de mi alma. Te amo tanto que soporté la intriga de no saber si algún día corresponderías mis sentimientos. Te amo, mi pequeña cazadora- declaré con suavidad, apoyando mi frente en la suya.

Cerramos los ojos, respirando nuestros alientos cálidos. El suyo con aroma a manzanas, el mío a menta según ella. Nuestras narices rozándose, provocándonos unas risitas cuando empezamos a mover lateralmente las caras, compartiendo un beso esquimal.

Supongo que creer, de vez en cuando puede ser divertidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora