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Capítulo 4: Charlas con un dragón en el verde césped

Dos meses han pasado desde mi encuentro con aquel centauro entrenador de héroes. Espero no haberlo metido en demasiados problemas con el despojamiento de Anaklusmos.

Todavía me despierto cada día preguntándome que sucedió con aquellas personas que deje en Gran Bretaña. A pesar de mi gran repulsión hacia los traidores, había gente a la cual apreciaba.

Una parte de muy profunda de mi todavía quiere creer que todo eso fue una vil jugarreta de Voldemort y sus lacayos. Que estaban siendo controlados. Que era una ilusión. O que todavía estoy en el bosque prohibido, recostado sobre el húmedo césped mientras Narcissa acaricia suavemente mi cabello mientras me agradece por haber salvado a su hijo de una muerte seguro por el truco del Fiendfire.

Todavía quiero creer que es una pesadilla, donde me despertaré y tendré que volver a luchar contra Tom en el patio de Hogwarts.

Pero sé que no lo es.

Ya no puedo seguir revolcándome en mi miseria y recuerdos. Porque sé que ya no estoy en el bosque prohibido, que Narcissa ya no me está agradeciendo, que Tom y sus seguidores han muerto, que los que una vez consideré una familia actuaban por voluntad propia, y que todo esto no es un mal sueño.

Que nada de lo que sucedió fue mera casualidad. Todo tuvo que pasar porque era inevitable.

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Decido sentarme en el frente de mi tienda, mientras veo como cae la lluvia. Viendo como Zeus nutre a la tierra con si dominio desde los cielos. La cual hará que las flores y árboles de mi jardín se pongan más verdes, más vivos. Alegrando la soledad que paso aquí, a la espera de algún cliente que venga a visitarme.

Sé que una vez que termine la lluvia, Apolo seguirá su recorrido por el cielo con su carromato de fuego.

Trayendo así la luz necesaria para que las plantas crezcan saludablemente. Los rayos de su astro haciendo que se forme un arcoíris, divirtiendo a los infantes que se hallarán jugando en el parque a la vista de sus padres. Corriendo y gritando entre risas en lo más tranquilo de sus inocentes y jóvenes vidas.

Rayos de sol que alcanzarán a los charcos de agua que se hallan delante mío, simulando ser un espejo, reflejando mi rostro expectante a aquellas personas que dentro de unos minutos cruzaran la barrera en busca de que cumpla algún deseo.

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-Quizás deba ir a cambiarme de vestimenta, no quiero que este reencuentro les deje una mala imagen mía- dije socarronamente mientras me levantaba de mi lugar de reposo.

Me retiré al interior de la tienda, cruzando los laberínticos pasillos hasta llegar a mi habitación. Me dirijo al ropero y mis ojos se depositan automáticamente a esos kimonos holgados que transfiguré hace unas semanas atrás.

A pesar de que generalmente a una mujer le quedarían mucho mejor, a mí me permiten un mayor movimiento, y son mucho más cómodos. Sin contar que son bastantes elegantes.

Decido elegir uno de color rojo carmín, con motivos de flores blancas, atado por la cintura por una faja de color amarillo claro, con un nudo dirigido hacia el lado izquierdo de mi cadera.

Colores que contrastan con la palidez de mi piel, el negro azabache que es mi pelo proveniente de mi lado paterno y el verde esmeralda de mis ojos que herede de mi madre.

Supongo que creer, de vez en cuando puede ser divertidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora