Me quedé mirando a mis amigos y solo pude pensar: "¿cómo terminamos aquí?".
Mine Concect. Pueblo fantasma. Tan pocos habitantes que había solo una estación para cargar gasolina. Estaba como escondido entre medio de dos grandes montañas. Todavía no entendía por qué vivíamos en este pueblo. ¿Acaso nuestros padres no tenían sentido de la vida?
Vivir en un pueblo fantasma no era divertido.
Sí, se lo que piensas: misterios por resolver, situaciones extrañas, experiencias fuera de lo común... Pero no. Lo más interesante que pasaba aquí era el camión de helados...una vez por mes.
Así que, empezar mi último año de instituto no había resultado grandioso, sino, normal. Es más, ya íbamos por la mitad del curso y solo tenía tres palabras para decir: odiaba el calor.
Pensaba irme a las afueras apenas me graduara, al igual que casi todos los habitantes de aquí. El plan era irme a vivir a Guiston, la ciudad más cercana―que era muy grande―, y alquilar un apartamento junto a Trevor y quizás Emma, cerca de La Universidad Pública de Guiston, en donde planeaba estudiar danza. Ellos eran mis mejores (y únicos) amigos desde la infancia.
Emma y Trevor estaban comiendo, pero yo seguía mirando alrededor. Estábamos en el instituto, en la hora del almuerzo, y si bien era lunes, la gente continuaba mirándome de una forma extraña. Desde que tenía memoria pasaban estas cosas. Digamos que tener los ojos de color violeta no se veía todos los días. Lo consideraban súper raro.
Y lo admitía, yo también, pero después de diecisiete años de verme la cara ya casi me parecía normal.
Casi.
Suspiré y pinché mi sándwich de tomate y lechuga. No iba a pensar en eso ahora.
—Sigo creyendo—dijo Emma, y miró detrás de mí, mientras retorcía un mechón de su negro pelo— que eso algún día se va a caer. Mira la estatua esa, debe pesar cuarenta toneladas.
Fruncí el ceño y miré al mismo lugar que ella. Mi vista se posó en las estatuas que había en el instituto. Era enorme y tenía estilo gótico, ya que fue construido hacía más de ciento cincuenta años. Obviamente, lo remodelaron, pero mantuvieron su esencia. Era de color marrón con muchas esculturas de ángeles y ventanas enormes, por lo que de noche parecía estar embrujado.
Probablemente Emma tenía razón.
—Espero que si se cae lo haga arriba de la profesora Harrison—murmuró Trevor, refiriéndose a la profesora de lengua, que era un tanto...especial.
Su celular comenzó a sonar y tras echarle un vistazo, suspiró y lo apagó.
Emma levantó las cejas.
—¿Ya pasaron dos semanas?
Trevor sonrió de costado y asintió con la cabeza. Reprimí una sonrisa.
Nuestro amigo padecía de una condición: no podía salir más de dos semanas con la misma chica. Se aburría rápido, y para Emma y para mí, tenía serios problemas con el compromiso.
—Vaya, Trev, sí que eres estricto—comenté y seguí comiendo.
Rio.
—No es mi culpa tener emociones tan desequilibradas, señorita. Mis neuronas funcionan mal.
Emma puso los ojos en blanco.
—Todo tú funciona mal, Trevor. ¿Cómo vas a hacer en la universidad?
Trevor se encogió de hombros.
― Allá las chicas se van a caer sobre sus traseros cuando me vean, es decir, ¿quién puede resistirse a esta carita? ―se señaló con el pulgar derecho—. Así que, estoy seguro de que aceptarán los términos sin quejas.
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Horus
Aventura¿Y si toda tu vida es una mentira? No todos los días te cruzabas con alguien como él: alto, musculoso, pelo negro, ojos de distinto color, uno azul y otro gris, labios perfectamente besables...y un total desconocido. -- Iris Deleed tiene una gen...