Capítulo 48: el entrenamiento

471 43 2
                                    

La fiesta de Emma había terminado con una promesa de Ian de explicarme tal cual todo, para que pudiera comprender bien la situación y perdonarlo. Yo no había sido capaz de mirarlo a los ojos. Todavía no quería hablar con él. Primero, porque lo esencial ya me lo había explicado. Y segundo, porque no quería verlo.

Ahora me encontraba en Khracira, de nuevo, esperando para ir a entrenar con Jodeth. Salix y Thorm hoy tampoco se encontraban aquí, y me decepcioné un poco. Esperaba poder verlos más seguido. Tenía el presentimiento de que debían enseñarme muchas cosas.

Me había puesto ropa deportiva y cómoda, y le había rezado a los dioses para que esta vez Jodeth fuera más leve y no me hiciera correr tanto ni hacer pruebas de reflejos, como me hizo la vez pasada al saltar los aros y esquivar objetos.

Zoth entró a la sala acompañado por Gusk. Ambos estaban en sus trajes espaciales. El de Zoth era de color blanco y hacía que su cabello color rojo resaltara, y el de Gusk era color azul, que le daba al violeta de su cabello un toque más intenso, oscuro y un poco misterioso. Ambos lo tenían largo hasta los hombros.

Zoth me sonrió y cerró la gran puerta principal del Centro a sus espaldas. Yo estaba sentada en el jardín, en los mullidos sofás color dorado en donde había tenido la conversación con Salix y Thorm hacía un tiempo. Pensar en ella hizo que mirara mi muñeca derecha, en donde el brazalete que me había regalado Salix descansaba. No sabía cómo podía haberla olvidado. La había encontrado esta mañana, de casualidad, en el cajón donde guardaba mi ordenador. Pasé mi pulgar izquierdo por arriba de la piedra, que en este momento era celeste, pero variaba siempre de color dependiendo de la luz del ambiente. El espiral dorado que tenía alrededor se reflejaba en su interior, como si brillara.

Pero no lo hacía. No como la de Ian. Gracias al cielo.

—¡Bienvenida, Zhelig!—me saludó Zoth cuando llegó al lado mío.

—Buenos días—me saludó a su vez Gusk.

No podía evitar pensar en que «Gusk» era nombre de perro. Pero no se lo dije. No lo quería ofender, y dudaba de que él supiera lo que era un perro.

—Buenos días—les devolví el saludo con una gran sonrisa y me puse de pie—. Dhimot me dijo que esperara aquí a Jodeth.

Esta vez, había sido el turno de Dhimot de traerme. Me dijo que Horus no había podido, pero que prometió que más tarde se pasaría por aquí.

Traté de no ponerme roja al pensar en el beso que nos dimos hacía apenas dos noches.

Fallé.

Gusk asintió.

—Sí, ella ya esta lista. Venimos para avisarte que puedes ir al gimnasio. ¿Recuerdas el camino?

Negué con la cabeza y sonreí tímidamente.

—Lo siento, es todo demasiado grande y solo fui una vez.

Zoth le restó importancia con la mano.

—No te preocupes. Aquí estamos para guiarte, Zhelig.

Les agradecí con un murmullo y caminamos rumbo al gimnasio. Entramos al Centro por la puerta principal y pasamos por un largo pasillo, para luego adentrarnos en otro salón, que también tenía sofás y mesas. Nunca iba a acostumbrarme a esta estructura, por más que la hubiera visitado un montón de veces. El blanco del Tibat en las paredes, combinado con los grandes ventanales que daban al exterior, las plantas por todos lados, el dorado que adornaba el piso, las piedras en las paredes...

Nos adentramos en la biblioteca y de allí salimos a una puerta que daba al gimnasio.

—Aquí te dejamos—me saludó Gusk y me guiñó el ojo—. Cualquier cosa piensa mucho en nosotros y vendremos.

HorusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora