XV • ¿QUIÉN ES SAITH?

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Me quedé un momento más viendo la nota, esperando que la preocupación no se apoderara de mí. Quería despertar a Saith, en verdad lo deseaba, había alguien allá afuera y yo sola no podía hacer nada... pero no podía pedirle un favor más, me sentía demasiado en deuda con él, por todo lo que había hecho por mí hasta entonces.

Salí de la cabaña esperando no tropezar con las piedras y rocas en la oscuridad, esperaba escuchar el más mínimo sonido que indicara la presencia de alguien por algún lugar cerca, incluso esperaba encontrar a la bestia que nos custodiaba, pero no había nada. Caminé lo más cerca que me atreví a esas horas, pero no parecía hacer nada, y la sombra que proyectaban los inmensos arboles no me eran de mucha ayuda en realidad.

Regresé resignada al interior de la cabaña. Nada de lo que el absurdo papel dijese me iba intimidar, no lo iba a tomar tan enserio, era una broma, bien podían ser los estúpidos elfos que nos habían encontrado o cualquier otro bufón que se atrevía a hacer ese tipo de bromas, después de todo, ya podía esperar que cualquier cosa pudiese suceder en aquel lugar que había perdido su belleza ante mis ojos.

[....]

Un par de caballos estaban esperando a la hora que me había despertado, ¿de dónde habían salido? En realidad no lo sabía, pero tampoco me preocupé en preguntárselo al cazador cuando lo vi llegar; él tampoco mencionó nada al respecto sobre el dragón, seguramente él tenía algo que ver con su desaparición, lo supuse por su completa falta de interés... o era sólo que no tenía intención de dirigirme la palabra de manera innecesaria, no lo sabía.

Cabalgamos desde la mañana y nos detuvimos un momento a darles de beber a los caballos y refrescarnos.

―Si gusta la esperaré rio abajo, pare no perturbarla― musitó con la misma frialdad con la que antes me había tratado, se limitaba a mirarme o a hacer algún gesto amigable, pero traté de que su comportamiento no me afectara del todo. Lo traté como había escuchado en algún momento a mi padre tratar a los sirvientes del palacio.

Una vez que se fue, esperé hasta estar totalmente segura de que me encontraba a solas en el lugar y me despojé de mis prendas con dificultad para meterme en el agua.

De pie, el agua apenas llegaba a mis rodillas al principio, y mientras más me adentraba a la profundidad, más me sumergía en ella. Era la primera vez que me encontraba desnuda y en un lago (o amenos algo semejante), así que por miedo no fui demasiado dentro, me quedé en un lugar donde el agua llegaba perfectamente hasta mi pecho.

Mi piel se estaba poniendo morena por el sol y la suciedad y mi cabello estaba demasiado enmarañado cuando traté de soltármelo. Esa no era la vida a la que estaba acostumbrada, jamás me pude haber imaginado esa terrible parte de la fantasía, seguramente por esa razón mi padre decía que todo lo bonito tiene su lado malo.

Me tomé un rato antes de salir del agua, caminé toda la orillas hasta llegar a una pequeña cascada sobre algunas rocas y me quedé ahí, bajo la fresca agua que hacía dos estaba extrañando. Traté de relajarme a toda costa, pero había algo que no me dejaba tener un instante de paz. Me sentía observada.

Sin pensarlo dos veces, me apresuré a bajar y me coloqué la ropa como pude en un instante. Solté mi cabello hacia atrás y busqué a mí alrededor a un cazador metiche. Sí había alguien a lo lejos, lo suficientemente cerca como para percatarme de que era un ser humano... pero no era el cazador. Tomé mis botas en las manos y me acerqué poco apoco hacia un árbol grueso no tan lejos de donde me encontraba parada. Una vez lo suficientemente cerca como para que el sujeto me escuchará me detuve.

―¿Recibió mi mensaje?― cuestionó con una voz casi tenebrosa. El individuo no se giró, simplemente se quedó ahí, recostado contra el tronco de espaldas a mí.

Había una vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora