XVIII • EL VERDADERO CAZADOR

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No. ¡Maldición!
Odiaba tener la sensación de que decía la verdad, odiaba con toda el alma tener que pensar que podía ser sincero... pero me eres inevitable, sus palabras, sus absurdas y cursis palabras picaba profundo en mí; quería abrazarlo, quería, quería... no podía, lo miraba, pero en él no existía ni la más insignificante huella del individuo que había conocido anteriormente, no físicamente, eso me resultaba extraño.
Maldecía, maldije por cada decocción que había tomado los últimos días, por tener el valor de tratar de enfrentarlo. Antes me sentía inconforme y confundida con mis sentimientos, pero en ese momento todo aquello me había superado en grandes cantidades.

La persona que estaba frente a mí, con los ojos irritados y la cara casi roja no era el mismo, a Saith lo pude haber abrazado y tratar de reconfortarlo, pero a él no, preferí no volver el momento más extraño e incómodo de lo que ya era.

—Tienes razón — fue lo primero que logré musitar sin miedo al balbuceo —. No acepto tus sentimientos. Puedo presumir que no me son necesarios, inclusive... pero ambos sabemos que eso está demás.

—¿Nunca te han dicho que eres demasiado cruel?

—Nunca lo he sido— mi voz vaciló un instante, comenzando a entrecortase—. Me mentiste, hiciste que creyera en alguien que nunca fuiste, me dejaste ilusionar por alguien que nunca existió... me mentiste, dime, ¿mereces compasión o piedad de mi parte?

No respondió, y no me fue necesario mirarlo, su silencio decía todo lo que de sus labios no podía salir.
Me dolía ser cruel, era una parte de mí que nunca pensé que saldría. Pero él me lastimó, no me importaba si lo hería de vuelta, no merecía nada de mí.

—Te pedí la verdad— indiqué llamando su atención nuevamente —, ¿piensa seguir?

—Después de que llegaran al bosque, todo se fue dando con facilidad. Tú llegaste a mí, yo seguí el juego, mantuve a Saith alejado y traté de hacer las cosas lo más realista posible. Pero, eso no es lo que quieres saber.

Negué reafirmando su respuesta: —Quiero que me digas todo lo que tenga que ver conmigo, sin omitir nada.

—Sí así lo deseas— susurró en respuesta—. Después de saber todo acerca de la leyenda de tu reino, y la profecía que acá se relataba, quise comprobar todo. Tomé como ventaja tu encuentro con el elfo para llevarte a la caverna del dragón, fue ahí cuando me di cuenta de algo.

—¿De qué?

Me miró vacilando un momento:—Cuando el dragón despertó y se acercó a ti tenía toda la intención de hacerte daño, pero algo lo detuvo. Tú no eres a quienes todos esperan.

No comprendí al instante lo que él había dicho, ni siquiera sabía a qué se refería con eso. No conocía a detalle la profecía, pero era clara llegaría una princesa, que se quedaría con el dragón y regresaría la paz a esas tierras.


—No estoy entendiendo— declaré confundida.

—Yo tampoco lo hacía, eso hasta hace poco. Una de estas noches, entre nuestra racha de peleas me tomé el atrevimiento de entrar a tu habitación, estaba angustiado y tenía ganas de ver que te encontrabas bien, al encender una vela para divisar mejor entre la habitación me topé con el cuatro de una mujer casi idéntica a ti. Cuando vi ese cuadro pude ver claramente qué era lo que sucedía.

»Recuerdo que Saith me había comentado de otra persona que habitaba en este lugar, eso y con lo que había escuchado en tu reino, supe después de un rato que se trataba de tu madre, una mujer que según algunos, fue como la mejor amiga del dragón.

—Lo que tratas de decir es que, ¿él cree que yo soy mi madre?— las simples palabras sonaba absurdas saliendo de mi boca.

—Eso, o él piensa que tú eres ella. No lo sé, porque comúnmente él no ataca a nadie y se retracta de repente como si nada, lo digo por experiencia. Hay algo en ti, pero él demoró en comprender, así que eso es lo que supuse, sino ¿qué más puede ser?

Había una vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora