XXIX • DESPEDIDA

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Una semana después.

No sabía si la sensación que se adentraba con fuerza en mi pecho era a causa de lo sucedido anteriormente con Allard, pero eso era lo de menos. No me gustaba cómo me sentía, no me gustaba la manera en la que me había comportado con él... simplemente, había hecho todo mal desde el principio. Tomé el papel de una persona que no era yo en lo absoluto, siento que el único momento en el que fui realmente yo fue cuando estuve con Allard, esos momentos que pasamos juntos hicieron ver a la verdadera yo, la Emma que realmente soy y no al personaje inventado en el que me sometí desde el momento en el que pisé aquel bosque por primera vez.

Pensé por un momento que eso me iba a ayudar de alguna manera. Pensé que tratar de parecer más fuerte y valiente sería la actitud de una verdadera aventurera... pero esa no fue la actitud que reamente demostré al final, resulté mostrar a una princesa arrogante y caprichosa que no se daba oportunidad de escuchar a los demás. Todo lo había hecho mal.

Tenía unas ganas enormes de salir a buscar a Allard en el bosque, escucharlo y esperar a que las cosas se arreglaran y volver a ser mínimamente feliz. Pero era claro que eso ya no podía ser.

No, ya no había orgullo, poco importaba cómo me sentía yo realmente, era algo que yo no podía controlar. Independientemente del hecho de que mi felicidad pudiera estar a apenas unos cuantos pasos de mí, de la manera tan sencilla en la que se podrían solucionar todas las cosas; sobre todo, estaban mis prioridades, las cosas que yo tenía que hacer, y esta vez por alguien conocía, no por algo que desconocía en su totalidad.

Ya no me importaba la profecía, no me importaba el dragón, el misterio detrás de Elahi y mucho menos tratar de seguir entendiendo a Allard. Como princesas, mi deber era y siempre fue mi reino, un reino que sí conocía y el cual mi familia estuvo dirigiendo por tanto tiempo, no iba a dejarlos cuando más me necesitaban, no iba a abandonarlos y dejarlos morir en una batalla que no tenía por qué haber empezado desde un principio.

Con esto, quiero decir que mi aventura se terminaba ahí, en la habitación que había pisado hacía ya semanas, tratando de ignorar todo lo que en ella había acontecido, como si fuese el primer y último día, sin historia, sin aventura y sin amores. Quería pretender que no dejaba nada atrás, y eso era bueno.

Solo deseaba que Allard y todo en ese lugar hicieran lo mismo, olvidarme y hacer como si nada hubiese sucedido.

Sentí un ardor tremendo en el pecho, comencé a llorar casi sin razón, esperando que las lágrimas cayeran para dejar un poco de mía allí... pero no lo permití, sequé mis lágrimas y calmé el llanto. Yo no podía dejar nada en ese lugar, no quería que después de mi partida Allard entrara encontrase aquí algo mío, no quería herirlo con mi ausencia y una falsa ilusión.

―No quiero sentirme así por él― dije a la habitación vacía.

Martin se había encargado de sacar todas las cosas de la casa y por petición mía quemó todo lo que había en la cabaña. No quería que quedara un solo rastro de que alguien había estado en esa casa, no quería que nadie nos recordara.

―Es mejor dejar las cosas así, ya no hay marcha atrás.

―Podría haber― casi me exaltó escuchar tan familiar voz después de tantos días, pero en realidad esperaba hacerlo por última vez.

Escuché sus pasos acercándose a mi espalda, miraba reflejado en el cristal de la ventana su rostro acercándose hasta quedar casi demasiado cerca. La barba le estaba creciendo, bajo sus verdosos ojos había unas manchas de casación muy arcadas, y a pesar de todo eso, me seguía pareciendo un individuo hermoso.

Había una vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora