XXVII • LO SIENTO

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Allard:

Enormes capas de nieve cubrían las copas de los árboles en todo el bosque, el río estaba completamente congelado y los animales habían desaparecido, era como si el bosque se estuviese extinguiendo; algunas ramas de los árboles se caían por el inmenso frío, las flores que en algún momento se tendían por todos lados ya no estaban, muchas cosas estaban cambiando y lo hacían para mal.

En medio del bosque, entre la confusa nieve que cubría cada sendero se podían escuchar los pasos acelerados de un animal, un caballo cargando a un jinete con cara de pocos amigos.

Los ojos del cazador pintaban de un rojo atemorizante, sus párpados estaban hinchados en señal de que había llorado demasiado. El frío aire golpeaba su rostro con fuerzas mientras el caballo corría a toda prisa entre las capas de nieve que cubrían el suelo por completo. Él no necesitaba de senderos, tenía instinto y sabía dónde encontrar al responsable de su tristeza... mejor dicho a la responsable de ésta.

No esperó a que el caballo se detuviera por completo, sabía que de cualquier modo la nieve en el suelo amortiguaría su caída. Se encontraba furioso, casi bramaba como un animal.

Algunos elfos se alertaron al verlo entrar de tal manera a la aldea, pero sabían que ya no podían interponerse en su camino, ya ellos no tenían poder sobre él.

Entró a una de las cabañas más lejanas, la mejor conocida por él, la cabaña del patriarca.

Ella se encontraba allí, tumbada en la cama. Su piel era cada vez más pálida, sus ojos más hundidos perdiendo el color verde que tanto la caracterizaba; sí alguna vez existió en ella una alegría inmensa, ésta ya se había extinguido.

―¿Qué hiciste? ― exigió un furioso Allard tomando por sorpresa a Elahi, obligándola a levantarse.

La respiración de ella se volvió más temblorosa y escandalosa. Ella no tenía la menor idea de a qué se refería Allard con ese cuestionamiento, pero tampoco se encontraba en condiciones de discutir, estaba demasiado débil.

―¿De qué hablas? ― apenas dijo arrastrando las palabras. Su voz era evidentemente más débil.

―La mataste― la voz de Allard se rompió ante sus palabras.

Las lágrimas de Allard eran sinceras, su llanto era de evidente dolor, pero Elahi no sabía todavía de qué estaba hablando él, ella sentía que no había hecho nada malo, ni siquiera se había atrevido a hablar con la princesa cuando se lo propuso.

Allard se alejó, dejándose caer en la silla más cercana, hundiendo sus hombros y la cabeza. Estaba casi temblando, con la respiración acelerada y sollozos se escuchaban haciendo eco en la ya casi vacía habitación. Elahi no hacía más que verlo, esperando una explicación y sin saber si estaría bien consolarlo.

―Todo se arruinó, no valió la pena― comenzó a balbucear Allard sin cambiar de posición.

―¡Oye! Todo va a estar bien, solo dime qué sucede― comenzó Elahi tratando de acercarse a él.

El llanto de Allard comenzó a cesar ligeramente, volviendo él a recuperar la compostura y esperando a que su mente se ordenara. Él estaba molesto, molesto y herido de alguna manera, tal vez se había enterado del gran erro de Elahi al no comentarle nada a la princesa Emma respecto a la profecía, y respecto a lazo que las unía a ambas... pero no era eso, él estaba acusando a Elahi de haber matado algo, o a alguien.

Allard se incorporó en su lugar, tomando grandes bocanadas de aire antes de poder hablar.

―Emma está muerta― soltó las palabras con su voz ronca por el llanto, como si fuese la noticia más casual del mundo, sin tener el menor tacto.

Había una vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora