XXIII • CORAZÓN DE SANGRE AZÚL

1K 129 7
                                    

Supongo que no todos los cuentos de hadas tienen finales felices... o el mío era una excepción.
Después de que Allard se marchó, me quedé sentada al pie de la cama, esperando a que regresara a pedir perdón o a justificarse. Noté como la cuerda vaciló un instante después de que él bajara, como si tratara de regresar, mas nunca lo hizo.
Traté de llorar, pero por más que le daba vueltas al asunto no encontraba en qué punto yo era responsable de lo que había sucedido; él se había marchado, pero antes me había culpado por lo sucedido.

"...me duele que no me quieras cerca por hacer lo correcto".

¿Cómo se atrevía? Él me había confesado que conocía a la mujer, le pedí una explicación, en el momento me propuse perdonarlo por su mentira a cambio de la verdad, él me mintió, él me culpó... ¿dónde era yo responsable?

Escuché a alguien tocar la puerta por tercera vez en el día, las últimas dos ocasiones había sido Dorothea esperando a que bajara desayunar con Xavier, en sus dos ocasiones mi respuesta fue un no.

Sabía que era de mala educación lo que hacía, pero no me encontraba fe ánimos para ver a nadie, especialmente a la perdona que pretendía llevarme consigo tan de repente.

―Soy yo, Xavier, ¿me permites pasar?

Deseé arrojar un candelabro hacia la puerta para alejarlo, y estuve a punto de hacerlo. Sólo digamos que mi yo razonable se puso al mando desde ese momento.

―No por ahora, no me encuentro presentable― no era mentira, todavía seguía con mi ropa de dormir.

―¿Nos podemos ver afuera?― se notaba emocionado ―Tengo ganas de tomar el té al aire libre.

Guardé silencio un momento, esperando una idea para zafarme de su invitación, pero no tenía más alternativa. Le dije un rápido sí y busqué con desgana un vestido fresco y solté mi cabello, no tenía intención de lucir esplendorosa para él.
Al bajar, me encontré con Xavier a un lado de su caballo cargando una cesta.

―¿Lista para un día de campo?

Campo significaba bosque, bosque significaba peligro y peligro significaba dragón.

No podía permitir que entrara al bosque, era peligroso incluso conmigo acompañándolo; no conocía el lugar a la perfección, pero cada espacio del allí era un misterio y un peligro para los dos.

―¿No crees que es muy temprano para andar por el bosque solos?― hablé casi arrastrando las palabras.

―No hay de qué preocuparse― se acercó hasta mí dejando la cesta a sus pies para tomar mis manos ―. Él cazador me ha mostrado lugares muy bellos y seguros, no te expondré a ningún peligro, si estás conmigo te mantendré a salvo siempre.

Sus ojos encontraron los míos. Sus palabras me reconfortaron, cada palabra salía de su boca con tanta seguridad que parecía una promesa.

Le dediqué una sonrisa sin saber que decir, no podía contradecirlo sin tener una excusa creíble.

―Esta mañana luces especialmente radiante ― traté de tomar su cumplido de la mejor manera, pero incluso sin mirarme a un espejo sabía que lucía especialmente mal, podía apostar que tenía ojos de mapache.

―¿Nos vamos?― fue lo único que logre formular soltándome de él, pero tenía más preguntas―¿Iremos en un solo caballo?

―Martin me ha dicho que llevaría a los demás a pastar un rato, ¿te molesta?

Sí.

―No, solo pensé que sería incómodo.

―Te vas a acostumbrar― capté el mensaje.

Había una vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora