—Has reaccionado muy bien.
Intenté discurrir de que demonios estaba hablando Logan mientras nos alejábamos del aula del señor Helm, donde habíamos quedado, para dirigirnos al aparcamiento. Las clases habían terminado por aquel día.
—¿Reaccionado a qué? —pregunté mientras me frotaba las sienes para ahuyentar el rabioso dolor de cabeza, cuya intensidad había aumentado aún más desde que había abandonado la cafetería.
—A Alex y sus amigos.
Advertí que no había dicho «mis amigos» y me pregunté cómo debía interpretarlo. De no haber tenido el cerebro machacado, estirado y frito, habría analizado la trascendencia de su comentario. En vez de eso, me encogí de hombros.
—Podía haberlo hecho aún peor.
Para mi sorpresa, sonrió.
—No bromeo.
Le devolví la sonrisa. No pude evitarlo.
—He dicho la última palabra. ¿Te has dado cuenta? Y he conseguido formular una amenaza bastante convincente —intenté no fijarme en cómo el flequillo se le deslizaba sobre los ojos mientras abría la portezuela del coche para que yo pudiera entrar—. Ha sonado creíble, ¿no? Arrancó el coche y lo sacó del aparcamiento.
—Claro, pero dudo que puedas hacerle nada.
Me recliné en el asiento.
—He dicho lo primero que me ha venido a la cabeza. Pero supongo que sí podría vengarme. Cuesta creer que la primera de la promoción, o la futura primera de la promoción —me corregí— pueda acobardar a nadie.
Golpeteó el volante al ritmo de la música que sonaba en el coche.
—Ya.
—¿Sabes por qué ha funcionado? Porque he dejado la amenaza a su imaginación. ¿Estropearé su taquilla, su informe de notas o su expediente académico? Imposible saberlo. Aquello que imaginamos suele ser mucho más aterrador que la realidad. Guerra psicológica.
—Así que lo has acobardado. Yo prefiero algo más directo.
—¿Como qué?
Levanté la cabeza de golpe y me incliné hacia delante. Me había distraído preguntándome cómo
sería tener sus manos en la nuca o levantar la barbilla para que me diera un beso. El t ipo de pensamientos que no llevan a ninguna parte cuando el objeto de tus fantasías es un popular, sobre todo si el popular en cuestión está a punto de salir con Chel sea (por segunda vez), se casará con ella algún día y se presentará en la reunión de antiguos alumnos con un bebé de seis meses tan perfecto como sus padres.
—Pelear —aclaró—. Unos cuantos golpes bien dados y me siento mucho mejor.
Me imaginé a mí misma abalanzándome sobre Alex, con los puños cerrados. Apuesto a que le habría hecho bastante daño antes de que me llevaran a rastras a la enfermería.
—Luchar se me da muy bien —comenté—. He tenido que aprender a pegar puñetazos para no pasarme la vida viendo fútbol americano en la tele.
—¿T ienes hermanos mayores? —me preguntó Logan, y me di cuenta de lo poco que sabíamos el uno del otro.
—Un hermano pequeño. Dylan. Juega de quarterback con los de secundaria e idolatra a cualquiera que lleve hombreras.
Logan meditó la información un momento.
—¿Delgado? ¿Tirando a pelirrojo?
Lo miré.
—Sí.
Se encogió de hombros.
—Es un buen chico. Lo entrené en el campamento de verano. Escucha las instrucciones.
—Las tuyas, quizás —dije—. No se desvive precisamente por apoyarme. Aunque se portó de
maravilla ayer por la noche cuando me llamó...
Dejé la frase en suspenso al darme cuenta de lo que estaba a punto de decir: la prensa. Me había pasado el día entero temiendo las preguntas de los obstinados periodistas, pero no había ninguno por allí. Había vivido literalmente quince minutos de fama antes de convertirme en agua pasada.
—¡Se han ido!
Estaba tan contenta que habría podido flotar el resto del camino hasta la casa de Logan.
—¿Quiénes?
—La gente de la prensa y la tele. Han desaparecido —me retrepé en el asiento con un suspiro de alivio—. De vuelta al anonimato. Maravilloso.
Ni siquiera lo había dicho con sarcasmo. Logan enfiló por la entrada de su jardín delantero, tan grande como elegante; su vida entera era perfecta hasta un punto surrealista.
—¿Te gusta que te ignoren? —me preguntó con incredulidad.
—Pues sí —respondí , expresando lo evidente—. Si tengo que elegir entre que me ignoren o hacerm el ridículo y acabar en el suelo de la cantina, la decisión está clara.
—¿Y no has considerado otras opciones?
Lo miré de hito en hito.
—Vamos al mismo instituto, ¿no? En mi caso, no hay más opciones. Por eso estudio tanto para ir a la universidad.
Logan no dijo nada mientras nos apeábamos del coche.
—¿Y tú qué planes tienes? —le pregunté con curiosidad.
—La universidad. En alguna parte. Mis padres quieren que pida plaza en su alma máter, la
Universidad del Sur de California, pero no estoy seguro de que sea para mí .
Asentí .
—Es curioso, ¿verdad? Esa manía que tienen los adultos de darlo todo por supuesto. Siempre y cuando entre en la universidad, no hay más que hablar. Tengo que estudiar Historia y convertirme en historiadora. Pero ¿y si al final me encanta la sociología y quiero irme a vivir a Australia a estudiar la cultura aborigen?
—Cultura aborigen, ¿eh? Vaya, no te conformas con cualquier cosa.
—No —dije mientras entrábamos en su casa. Saqué el libro y lo abrí sobre la mesa de la cocin —. Bueno, ¿dónde lo habíamos dejado?
Holaa! Este capitulo es corto y un poco aburrido asi que subire otro en poco tiempo.