Capitulo 11

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—Has reaccionado muy bien.

Intenté discurrir de que demonios estaba hablando Logan mientras nos alejábamos del aula del señor Helm, donde habíamos quedado,  para  dirigirnos al aparcamiento. Las clases habían  terminado por aquel día.

—¿Reaccionado a qué?  —pregunté mientras me frotaba las sienes para ahuyentar el rabioso  dolor de cabeza, cuya intensidad había aumentado aún más desde que había abandonado la cafetería.

—A Alex y sus amigos.

Advertí que no había dicho «mis amigos» y me  pregunté  cómo debía  interpretarlo.  De no haber tenido el cerebro machacado, estirado y  frito, habría analizado la trascendencia de su  comentario.  En vez de eso, me encogí de hombros.

—Podía haberlo hecho aún peor.

Para mi  sorpresa, sonrió.

—No bromeo.

Le devolví la sonrisa. No pude evitarlo.

—He dicho la última palabra. ¿Te  has dado cuenta? Y  he  conseguido  formular  una  amenaza bastante convincente  —intenté no fijarme  en  cómo el flequillo se le deslizaba sobre los ojos  mientras abría la portezuela del  coche para que yo pudiera entrar—. Ha sonado creíble, ¿no? Arrancó el  coche y lo sacó del aparcamiento.

—Claro, pero dudo que puedas hacerle nada.

Me recliné en el  asiento.

—He dicho lo primero que me ha venido a la cabeza. Pero supongo que sí podría vengarme. Cuesta creer que la primera  de la promoción, o la futura primera de la promoción  —me corregí—  pueda acobardar a nadie.

Golpeteó el  volante al  ritmo de la música que sonaba en el  coche.

—Ya.

—¿Sabes por qué  ha  funcionado?  Porque he dejado la amenaza a su imaginación. ¿Estropearé  su taquilla,  su informe de notas o su  expediente académico? Imposible saberlo. Aquello que  imaginamos suele ser mucho más aterrador que la realidad. Guerra psicológica.

—Así que lo has acobardado. Yo prefiero algo más directo.

—¿Como qué?

Levanté la cabeza de golpe y me incliné hacia delante.  Me había  distraído  preguntándome  cómo

sería  tener sus  manos  en la nuca o levantar  la  barbilla  para  que  me  diera  un  beso.  El  t ipo  de pensamientos que no llevan a ninguna parte cuando el objeto de tus fantasías es un popular, sobre todo si el popular  en  cuestión  está a punto de  salir  con  Chel sea  (por  segunda  vez),  se  casará  con  ella  algún día y se presentará en la reunión de antiguos alumnos con un bebé de seis meses tan perfecto como sus padres.

—Pelear —aclaró—. Unos cuantos golpes bien dados y me siento mucho mejor.

Me imaginé a mí misma  abalanzándome  sobre  Alex,  con los puños cerrados.  Apuesto a que  le habría hecho bastante daño antes de que me llevaran a rastras a la enfermería.

—Luchar se me da muy  bien  —comenté—.  He  tenido que aprender a pegar puñetazos para  no pasarme la vida viendo fútbol  americano en la tele.

—¿T ienes  hermanos  mayores?  —me preguntó Logan, y me di cuenta de lo poco que sabíamos el uno del otro.

—Un hermano pequeño. Dylan. Juega de quarterback con los de secundaria e idolatra a  cualquiera que lleve hombreras.

Logan meditó la información un momento.

—¿Delgado? ¿Tirando a pelirrojo?

Lo miré.

—Sí.

Se encogió de hombros.

—Es un buen chico. Lo entrené en el  campamento de verano. Escucha las instrucciones.

—Las  tuyas,  quizás  —dije—.  No se desvive precisamente  por apoyarme.  Aunque se  portó  de

maravilla ayer por la noche cuando me llamó...

Dejé  la  frase  en  suspenso  al darme  cuenta  de  lo  que  estaba  a  punto  de  decir: la  prensa.  Me  había pasado  el día entero  temiendo  las  preguntas  de  los  obstinados periodistas,  pero  no había  ninguno  por allí. Había vivido literalmente quince minutos de fama antes de convertirme en agua pasada.

—¡Se han ido!

Estaba tan contenta que habría podido flotar el  resto del  camino hasta la casa de Logan.

—¿Quiénes?

—La gente de la prensa y  la  tele.  Han  desaparecido  —me  retrepé en el asiento con un  suspiro  de alivio—. De vuelta al  anonimato. Maravilloso.

Ni siquiera lo había dicho con sarcasmo.  Logan  enfiló por la entrada de su jardín delantero, tan  grande como elegante;  su  vida  entera  era perfecta hasta un punto surrealista.

—¿Te gusta que te ignoren? —me preguntó con incredulidad.

—Pues  sí —respondí ,  expresando  lo  evidente—.  Si  tengo que elegir entre que me ignoren o  hacerm el  ridículo y acabar en el suelo de la cantina, la decisión está clara.

—¿Y no has considerado otras opciones?

Lo miré de hito en hito.

—Vamos al  mismo instituto, ¿no? En mi caso, no hay más opciones. Por eso estudio tanto para ir a la universidad.

Logan no dijo nada mientras nos apeábamos del  coche.

—¿Y tú qué planes tienes? —le pregunté con curiosidad.

—La  universidad.  En alguna parte.  Mis padres quieren  que pida  plaza  en  su  alma máter,  la

Universidad del  Sur de California, pero no estoy seguro de que sea para mí .

Asentí .

—Es curioso, ¿verdad? Esa manía que tienen los adultos  de darlo  todo por supuesto.  Siempre  y cuando entre en la universidad, no hay más que hablar.  Tengo que estudiar Historia  y  convertirme en historiadora. Pero ¿y si al  final  me encanta la sociología y quiero irme a vivir a  Australia a estudiar  la cultura aborigen?

—Cultura aborigen, ¿eh? Vaya, no te conformas con cualquier cosa.

—No —dije mientras entrábamos en su casa. Saqué el libro y lo abrí  sobre la mesa de la cocin —. Bueno, ¿dónde lo habíamos dejado?

Holaa! Este capitulo es corto y un poco aburrido asi que subire otro en poco tiempo. 

Un desafortunado Pero Maravilloso IncidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora