Me alegré de que Dylan no hiciera comentarios sobre mi aspecto. Abrió la boca, seguramente para decirme que me cambiara, pero volvió a cerrarla al instante. No estoy segura de si calló al reparar en mi mirada de advertencia o al ver a Melanie. Apuesto por la segunda posibilidad, porque nunca le he inspirado mucho respeto a mi hermano y ella parecía, como dijo Corey, toda una princesa roquera.
También me alegré de que mi madre hiciera turno de noche en el restaurante pues no estaba segura de que hubiera aprobado mi, ejem, atuendo.
El vestido era corto, rojo, escotado y gritaba ¡SEXO! por los cuatro costados. Como mínimo, eso pensé yo cuando Corey señaló la prenda extendida sobre la cama. Melanie convino en que era perfecto para la fiesta. Me aseguraron que tenía más aspecto de chica de alterne cara y discreta que de fulana.
Esperaba que estuvieran bromeando. Aunque los dos insistían en que no me cambiara, estuve a punto de volver a ponerme los vaqueros. Al final, solo accedí a salir cuando Jane me dio su opinión por Skype. Me dijo que le encantaba mi aspecto y pidió que se lo contáramos todo a la vuelta. Sentí una punzada de envidia porque yo debería haber estado en su misma situación: acurrucada con un libro y una taza de cacao caliente, con pantalones del pijama y una camiseta vieja. Y así habría sido de no haberme hecho famosa.
Melanie y Corey me cogieron cada uno de un brazo y me obligaron a salir del cuarto. Bajamos las escaleras, atravesamos el recibidor, cruzamos la puerta y nos montamos en el coche de Corey. Dylan nos seguía en silencio. Advertí que se había cambiado de ropa y se había revuelto el pelo de un modo que describiría como sexy si no estuviera hablando de mi hermano pequeño. Tal vez fueran
imaginaciones mías, pero se me antojó que Melanie me apretaba el brazo con más fuerza al verlo. Tendría que pensar en ello cuando no me sintiese como si tuviese un nido de serpientes en el estómago.
Corey puso la radio a todo volumen y automáticamente empecé a cantar, hasta que Melanie dijo:
—Caray, qué bien cantas.
Me libré de tener que responder, porque Corey acababa de detener el coche.
—¡Hemos llegado! Todo el mundo abajo.
Fue entonces cuando me fijé en la casa de Spencer. Sabía que su familia era rica, pero una cosa es saberlo y otra muy distinta contemplar la opulencia en vivo y en directo. Era una mansión victoriana reformada, grande, blanca y clásica. Incluía balcones, columnas y lo que sin duda era una glorieta. Y había adolescentes por todas partes. La música sonaba a todo trapo en el interior y las risas resonaban aquí y allá.
—¿Estáis seguros? —empecé a decir.
—¡SÍ! —gritaron Melanie, Corey y Dylan a la vez.
Me apeé del coche y me acerqué a la ventanilla bajada del conductor.
—Buena suerte en tu cita.
—Sí —Corey sonrió con seguridad, pero yo sabía que aún estaba histérico.
Me incliné hacia él.
—Eres el mejor chico del mundo y la razón de que esté aquí —sonreí—. Te considero algo así como mi hada madrina.
—No vayas a convertirte en calabaza a medianoche, ¿eh?
—No —me reí—. Además, eres tú el que ha quedado con el príncipe encantador —metí la mano por la ventanilla y le apreté el brazo—. Y nadie se merece un final feliz tanto como tú.
—¡Venga, Mackenzie! —Melanie se frotó los brazos—. Tengo frío.
—Vale —me separé de Corey y me dispuse a partir hacia lo desconocido—. Luego nos vemos.