Llevábamos cerca de una hora estudiando cuando mi móvil empezó a sonar con la melodía de «I Need a Hero». A todo volumen.
Logan enarcó las cejas.
—¿Timothy Goff?
Negué con la cabeza y contesté con voz queda.
—Hola, Corey.
Tuve que apartarme el teléfono de la oreja cuando sus gritos nerviosos perforaron el aire.
—¡Mackenzie! No te vas a creer quién ¡No me lo puedo creer! Oh, Dios mío, voy a morir ahora mismo de puro pánico. Jamás dirías quién acaba de llamarme.
—Tim —pronuncié el nombre con tanta seguridad que se calló de golpe—. ¿Y adónde te va a llevar?
—A Portland, a cenar. Aún no sé dónde. Tiene una reunión con su productor o algo así hasta las ocho, así que cenaremos tarde y luego tomaremos una copa. Tienes que ayudarme a decidir qué me pongo. No puedo ir así. Y como Jane ha decidido memorizar todas las fórmulas matemáticas conocidas y por conocer esta noche, te necesito.
Me eché a reír sin poder evitarlo.
—Cuánto me alegro de ser tu segunda opción.
—¡Yo también! —estaba tan contento que no captó la ironía—. ¡Luego te veo!
Cerré el teléfono y sonreí. Sabía que Corey pasaría quince minutos dando vueltas por su habitación antes de que el pulso se le normalizase. Mi mejor amigo iba a salir con un chico por primera vez, yo iba a asistir a mi primera fiesta (y quizás a mi primera cita con Patrick) y Jane Jane se iba a centrar en los estudios, y aunque sonase aburrido, así lo quería ella.
Me costaba creer que un vídeo en YouTube me hubiese destrozado la vida y luego, sin saber cómo, la hubiera transformado por completo.
—Así que la llamada de hoy era para preguntarte por Corey.
Casi había olvidado que Logan estaba allí. Me abrumaban tantas emociones que me sentía como una esponja en plena tempestad.
—Sí, Corey y Tim van a salir juntos —meneé la cabeza con incredulidad—. Parece una locura, pero si alguien puede mantener una relación a distancia con una estrella de rock, es Corey. Ya sé que solo es una cita, pero —me miré la mano. Había cruzado los dedos— podría pasar.
—¿Y a ti te parece bien?
—¡No! Mi mejor amigo ha quedado con un chico simpático, inteligente y guapísimo. No me parece bien. ¡Me parece genial!
—Ya, pero ¿no preferirías ser tú la que hubiese quedado con ese chico?
—¿Me preguntas si me gustaría quedar con alguien que reuniese los criterios antes mencionados?
Claro. Pero eso no cambia lo mucho que me alegro por Corey. ¿Sabes?, Jane y yo siempre hemos pensado que Corey sería el primero de los tres en tener una cita. Nunca nos imaginamos que saldría con una estrella de rock, pero teníamos razón.
Logan se quedó pensativo.
—Ha sido un detalle que invitaras a las chicas nuevas.
No supe a qué se refería.
—¿Eh?
—A tu casa, para hacer eso que hacen las chicas antes de las fiestas. Pensé que las dejarías colgadas para quedar con Chelsea.
Hice esfuerzos por no resoplar.
—Vale, en primer lugar, yo nunca hago eso. Las nuevas son simpáticas. Y no me puedo saltar el ritual de arreglarme o sería la única chica de la fiesta vestida con zapatillas de deporte y vaqueros — señalé con un gesto mi atuendo chic—. Ya conoces mi lema: pasa desapercibida.
Sonrió.
—La pobre Mack tiene que vestirse para el baile.
Lo fulminé con la mirada, pero sin rabia.
—Búrlate si quieres, pero tú nunca has tenido que llevar tacones.
Levantó una ceja.
—Eso dices tú —lo miré boquiabierta y una sonrisa se extendió por sus facciones—. Pero tienes razón, nunca los he llevado.
—Bueno —me aturullé. La risa hacía vibrar aún más sus ojos azules. Estaba claro que me faltaban varias horas de sueño. Me sentía incapaz de discurrir una respuesta inteligente—. Los tacones, ah, duelen. Mucho. Son divertidos durante cinco minutos, pero después ya no tanto.
Genial, estaba desvariando. Justo cuando pensaba que Logan ya no tenía la capacidad de impedirme razonar con claridad.
—En Europa, hacia el 1400, los zapatos elevados se pusieron de moda. Las mujeres se ayudaban de criados y bastones para caminar, lo cual debía de ser un horror. Da igual. ¿De qué estábamos hablando?
—De Chelsea y las chicas nuevas.
Logan se retrepó en la silla. Cuando imité la pose, mis músculos empezaron a aflojarse.
—Ah, sí. Me caen bien las chicas nuevas. Bueno, no las conozco, pero parecen simpáticas. Una de las que han comido con nosotros Isobel, creo. Estaba muy callada, pero la he visto charlando con Jane así que todo irá bien. Y Corey acudirá también, de modo que será divertido. Con Chelsea, el ambiente no habría sido tan —busqué la palabra adecuada— distendido. Así que no me ha costado mucho dejarla plantada.
—Las chicas sois muy complicadas.
—Si puedo darte una opinión objetiva, cuesta más entender a los chicos.
—Objetiva, ¿eh?
—Ya lo creo —insistí—. Fruto de una observación imparcial.
Se echó a reír, pero enseguida adoptó un tono más serio.
—¿Y qué es lo que no entiendes?
Vale, lo admito, me sentí supertentada a gritar: «¡A TI! ¿Por qué haces cosas tan raras? Pareces inteligente y simpático, pero entonces te veo hablando con Chelsea Halloway y todo parece indicar que aún te gusta. ¿Cómo es posible? Rompió contigo por alguien más popular; ¡eso debería darte una pista de cómo es en realidad! En cambio, cuando yo aún era invisible, te deslumbró con sus atenciones. ¿Por qué pasas de ser un tío simpático a un popular de la cabeza a los pies y luego te vuelves a comportar como un chico normal, hasta que NO TENGO NI IDEA DE QUÉ CLASE DE PERSONA ERES EN REALIDAD? ¿Por qué, uh, Logan?».
Fui lo bastante lista como para mantener la boca cerrada.
—Nada en concreto. A los chicos en general. Y hablando de generales, durante la revolución estadounidense...
Y lo distraje con la Historia.
Fue muy raro volver a casa con Logan sabiendo que lo vería más tarde en una fiesta oficial de populares. Y sin embargo, me dejó en la puerta como de costumbre, para que pudiera sustituir mi conjunto de diseño por otro igual de lujoso.
Me costaba mucho creer que mi vida hubiera cambiado hasta tal punto tan solo en el transcurso de una semana.
—Bueno, pues nos vemos esta noche.
En fin, supongo que debería alegrarme de saber que aún sé ponerme en evidencia. Logan asintió y por un momento pensé que iba a decir algo trascendente, porque inspiró hondo y hasta llegó a decir:
—Mira...
En aquel momento Corey tocó el claxon con fuerza para saludarnos.
—Da igual —renunció—. Luego nos vemos.
Y se marchó.
Juro que de no haber actuado el nerviosismo pre-primera cita como atenuante, habría asesinado a Corey allí mismo. Y dudo mucho que me hubiera arrepentido.