Capitulo 16

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Sí, estudiamos. Lo sometí a un interrogatorio exhaustivo y rellené los huecos cuando no conocía algún dato importante. Parecía prestar atención; un cambio de actitud muy de agradecer en comparación con su expresión aburrida y sus garabatos de costumbre. Me sentía como en una fiesta de cumpleaños de primaria; por un momento, todo fue fácil. Sin prensa, sin gente pendiente de mí, sin presión. Creo que Logan también se divirtió. Se rio de mí cuando resbalé, pero me tendió la mano para ayudarme a levantarme. Y cuando me cogió de la mano y me guio en una curva sonriendo, tuve la sensación de que aquello era una cita, como si hubiéramos salido juntos sin que nadie me pagase por estar allí. Pero no lo era. Porque, dijera lo que dijese la prensa, yo seguiría siendo la pringada de Mackenzie Wellesley.

La sensación se prolongó hasta que fuimos a la zona de restaurantes; todo aquello de «uala, esto casi parece una cita». Entonces la fastidié. Estábamos superrelajados, hablando de nuestras pelis favoritas y haciendo cola para comprar comida china cuando dije que deberíamos sacar los libros. No dije nada más, lo juro, pero él se crispó y apretó los dientes. No era para tanto. Sus padres me pagaban para que le diera clase, no para que me imaginara que estaba saliendo con su hijo. Ni en sueños pensaba aceptar su dinero a cambio de nada. Tal vez mi familia vaya algo justa, pero jamás me habría rebajado a aceptar un dinero que no me había ganado.

Me había vuelto una experta en finanzas. ¿Mi vestido de graduación de secundaria? Setenta y cinco centavos en un mercadillo. A ver si lo superas, Chelsea Halloway. Bueno, seguro que ella llevaba un maravilloso vestido sin tirantes de color blanco roto pero apuesto a que le costó una fortuna. Da igual, el caso es que soy muy cuidadosa con el dinero. De modo que tras estirar el préstamo de cincuenta dólares para que incluyera un plato de ternera con brócoli, saqué los libros. También oteé la zona rápidamente para asegurarme de que no hubiera prensa por allí, y supuse que podíamos empezar.

—Vale —dije—. Nos habíamos quedado en las ventajas que tenían los ingleses en la guerra —tras volver varias páginas, encontré el párrafo—. Léelo en voz alta mientras como. Intentaba recuperar el ambiente cordial de antes, porque solo una mesa muy pequeña y un montoncito de pollo kung pao y arroz me separaban de un popular con expresión malhumorada.

—Mira, ¿por qué no paramos el reloj? —dijo Logan con tranquilidad—. Vamos a comer y ya seguiremos luego.

—Cinco minutos más —lo presioné. En la pista de patinaje, parecía mucho más concentrado. Si estaba a punto de dar el salto, no permitiría que la comida china fuera un obstáculo—. Mira: «Inglaterra tenía el triple de población que las colonias».

Mi voz se fue apagando al ver que Logan se negaba a leer, cada vez más enfurruñado. Su mirada pasó despacio por encima del párrafo que le estaba señalando.

—¿S-sabes leer? —le espeté sin pensar.

Me lanzó una mirada tan furibunda que me eché hacia atrás.

—Claro que sí —respondió en tono desafiante, pero cerró el libro de golpe.

—Vale —pinché un trozo de brócoli—. Pero...

—Pero ¿qué?

Saltaba a la vista que no se iba a explicar así como así.

—Dímelo tú —me obligué a mirarlo a los ojos y descubrí aliviada que reflejaban más frustración que otra cosa—. Me parece que te estás callando algo que yo, como profesora particular, debería saber.

Lo dije de corrido, antes de que me faltara valor para hacerlo. Luego observé sorprendida cómo Logan se retrepaba en la silla.

—Soy disléxico —lo dijo con tranquilidad, pero advertí un deje de amargura en su voz—. ¿Era eso lo que querías oír?

Un desafortunado Pero Maravilloso IncidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora