Corrí escaleras arriba, abrí la puerta de mi habitación y me dirigí directamente a la cama, deseosa de taparme la cabeza con las mantas como había hecho cuando habían subido aquel estúpido vídeo a la web y mi vida había cambiado. Quería que las cosas volvieran a ser sencillas. Regresar a los días en que me gustaba Logan Beckett pero no lo sabía. A momentos antes de haber tomado aquellas decisiones fatales, que me habían puesto en peligro. A la época en que mi mayor dilema era si ver un episodio de Glee o de La oficina en la tele mientras hacía una pausa en mis estudios.
Deseaba desesperadamente regresar al instante en que no me sentía responsable de que mi vida fuera un asco. Porque si Logan había acertado en algo, era en que debía ser sincera y aceptar mis responsabilidades. Quizás la primera vez que el vídeo apareció en YouTube no tuviera control sobre la fama incipiente, pero eso no significaba que mis actos no hubieran precipitado los acontecimientos posteriores. Si yo no hubiera participado en la historia, si no me hubiera puesto ropa de diseño, si no me hubiera convencido a mí misma de que podía salir a flote siendo un pobre remedo de popular, todo aquel lío jamás se habría producido.
Necesitaba estar sola para reflexionar. Pero incluso aquello quedaba fuera de mi alcance. Mi cama estaba ocupada.
—Ah, hola. Has vuelto —dijo Melanie mientras se apartaba la larga melena de los ojos—. ¿Cómo te encuentras?
No supe qué responder. Bueno, ya no tengo ganas de vomitar por culpa del tequila. Ahora es mi propia estupidez la que me da náuseas. Ya, no podía decir algo así.
Me senté a los pies de la cama y abracé un cojín. Por alguna razón el gesto me reconfortó.—¿Puedo hacerte una pregunta? —dije.
—Claro.
—¿Por qué te sentaste con nosotros? O sea, aquel vídeo salía por todas partes y el instituto al completo se estaba riendo de mí. Almorzar en mi mesa podía suponer un suicidio social. ¿Por qué lo hiciste?
Melanie se incorporó.
—¿Quieres saber la verdad?
—Creo que podré soportarla.
—Cuando vi el vídeo pensé: «Esta chica se está poniendo en ridículo con ese masaje cardíaco» — hice un gesto de dolor—. Pero luego me dije: «Tiene un gran corazón». Todo el mundo sabe que Alex es un cretino, pero tú seguías allí llamando a una enfermera y golpeándole el pecho —se encogió de hombros—. Por eso me senté contigo.
—¿No por la ropa ni por todo lo demás?
Melanie se rio.
—No necesito amigas que me presten ropa. Lo demás tiene su encanto, pero no me habría sentado con vosotros si me hubierais parecido unos plastas.
Tal vez hubiera ahuyentado al chico que me había robado el corazón durante cuatro años y al que me gustaba en aquel momento, pero sin duda también me las había ingeniado para hacer una gran amiga.
—Deja que te pregunte una cosa —prosiguió Melanie—. ¿Por qué pensaste que yo solo lo hacía por interés?
Me había pillado y ambas lo sabíamos. Abracé la almohada con más fuerza.
—No lo sé. Patrick solo buscaba sacar partido.
Melanie me miró con escepticismo.
—¿De modo que diste por sentado que todos los demás éramos una pandilla de «quiero y no puedo»? Venga, Mackenzie. Di la verdad.
—Mira, era lo más lógico, ¿vale? —empecé a mecerme, adelante y atrás—. Soy una cutre y una pringada, no sé dar un paso sin tropezar y cuando estoy nerviosa me pongo a soltar datos al azar. Y aunque lo sé, me siento incapaz de cambiarlo. De modo que, sí, me cuesta creer que le pueda caer bien a nadie.