—¡Estoy histérico, Mackenzie! ¡Estoy histérico!
Saltaba a la vista. Corey recorría mi habitación a paso desenfrenado mientras se toqueteaba el pelo con ademán nervioso.
—A lo mejor debería cancelar la cita. Ha sido una mala idea. O sea, ¿qué puede ver un tío como Timothy Goff en alguien como yo?
Resoplé.
—Pues no sé ¿Quizás a un chico encantador, inteligente y maravilloso que está BUENÍSIMO? —le di una palmada en el trasero, un gesto afectuoso que compartimos desde hace años, solo que aquella vez dio un respingo—. ¿Te he mencionado últimamente que quiero que seas el padre de mis hijos?
Se rio.
—Habíamos acordado que solo como último recurso.
Aquella broma privada lo relajó un poco.
—Todo irá de maravilla —señalé el armario—. Mira, distráete echando un vistazo a mi ropa. Te dejaré elegir mi ropa como si fuera tu Barbie particular, pero no te acostumbres.
Sonó el timbre y lo dejé rebuscando entre los zapatos.
—¡Voy! —grité, pero Dylan se me adelantó.
—Ah, hola —Melanie se quedó junto a la puerta con una bolsa al hombro y expresión confundida.
Volvió a mirar el papel con la dirección—. ¿Vive aquí Mackenzie?
Dylan se limitó a mirarla fijamente mientras yo abría la puerta y fingía no reparar en el rubor Wellesley que se extendía por sus mejillas.
—¡Eh, Melanie, me alegro de que hayas podido venir! —empujé a Dylan a un lado para que ella pudiera entrar en el recibidor—. Este es mi hermano, Dylan. Dylan, Melanie.
—Sí, hola —lo juro, la voz de mi hermano había descendido una octava—. Creo que nos conocimos en un partido de fútbol el año pasado.
Entonces me di cuenta de que el bochorno de Dylan tal vez no fuera una reacción hormonal a una chica supermona, sino a aquella en particular.
—Ah, sí —no habría sabido decir si Melanie se acordaba de él o solo lo estaba fingiendo—. Me alegro de volver a verte —se giró hacia mí—. Gracias por invitarme.
Sonreí.
—No me darás las gracias cuando Corey te coja por su cuenta. Verás cómo se motiva cuando descubra que puede hablar de moda con una chica estilosa para variar.
Melanie se rio con una carcajada dulce y tranquila, nada que ver con la risilla mezquina de Chelsea.
—Suena peligroso.
Señalé las escaleras.
—La primera puerta a la derecha.
Cuando la puerta de mi dormitorio se cerró, Dylan recuperó el uso de las cuerdas vocales.
—¿Por qué no me has dicho que habías invitado a Melanie Morris?
Enarqué las cejas.
—No tengo que rendirte cuentas, hermanito. A mamá le parece bien que vaya a una fiesta esta noche, así que tendrás que aguantarte.
Cuando me disponía a echar a andar tan campante, me cogió por el brazo.
—¿Vas a una fiesta?
—Eso he dicho.
—Deberías llevarme.
Lo miré sin dar crédito a mis oídos.
—Claro. Debería llevar a mi hermano pequeño a mi primera fiesta con gente del instituto. Qué idea tan brillante.
Se sonrojó.
—Venga, Mackenzie, no soy yo el pringado de la familia.
—Ya. De todas formas no vas a venir.
—Por favor —supe que odiaba tener que suplicar—. Te lo ruego, ¿puedo ir contigo?
Me divertía mucho más tomarle el pelo cuando no ponía ojos de cachorrillo. Aquel mocoso sabía lo mucho que me costaba negarme cuando me miraba así.
—Ni hablar. Mamá nunca te daría permiso.
Sonrió.
—¿Te apuestas algo? Si le digo que estoy preocupado por ti, accederá al instante.
Suspiré.
—Dylan, no voy a...
Me interrumpió antes de que pudiera terminar.
—Estoy preocupado por ti, Mackenzie. Es una fiesta, y tu historial como relaciones públicas deja mucho que desear. Necesitas un guardaespaldas.
Lo miré fijamente. Tal vez fuese un pesado, pero seguía siendo mi hermano; y jamás mentía sobre temas importantes.
—Si accedo, me deberás una.
Una cálida sonrisa se extendió por su cara.
—Qué va, estaremos empatados.
—¡Mackenzie! ¡Mueve el culito y sube de una vez!
Puse los ojos en blanco al oír a Corey llamarme con tan poca delicadeza.
—¡Voy! —vociferé. Luego le clavé un dedo a mi hermano en el pecho—. No me falles.
Debería haber vigilado más a mi amigo. Darle carta blanca para inspeccionar mi armario había sido muy mala idea. Cuando por fin entré en mi cuarto, encontré a Corey y a Melanie suspirando ante mi ropa. Parecía como si una fábrica textil acabara de estallar en mi habitación esparciendo el contenido por todas partes.
—¡Ya era hora! —protestó Corey—. Vale, te hemos creado tres looks distintos.
Melanie y yo nos miramos, y me sorprendió advertir lo cómoda que me sentía con ella. Me habría gustado que Jane estuviera allí, aunque se hubiera traído consigo el libro de texto, pero como no había podido ser Bueno, me alegraba de contar con Melanie.
—¿A qué estás esperando? —preguntó Corey en plan exigente—. ¡Pruébatelos! —se volvió a mirar a Melanie—. Veamos, será mejor que tú no te pongas nada muy llamativo.
—¡Eh! —protesté—. ¿Y por qué yo no puedo hacer lo mismo?
—Tú calla y cámbiate —replicó Corey, que se estaba divirtiendo de lo lindo—. No tienes las facciones de Melanie.
—Gracias supongo —la pobre no sabía bien cómo tomárselo—. Mackenzie, ¿te importa si paso la noche en tu casa? Me iba a quedar en la de Isobel pero le ha entrado el canguelo y se ha rajado. Ya sé que es una molestia pero...
—Por mí, perfecto —la interrumpí—. En serio. Me parece genial. Corey, ¿podrás pasarnos a buscar a la vuelta de tu cita?
—Puedo ser vuestro chófer, aunque volveré tarde.
Los ojos de Melanie brillaron de la emoción. No sé cómo lo hizo, pero consiguió estar aún más
despampanante.
—A mí me parece bien.
—Fantástico. Ah, y Dylan quiere venir.
—Guay —dijo Corey—. Venga, ¿quieres que te vista yo o lo haces tú sola como una niña mayor?
Quise protestar, pero opté por levantar la barbilla y empezar a arreglarme para mi primera fiesta desde que iba al instituto.
Por desgracia, ningún vestido, ningún equipo de maquilladores, ningún grupo de amigos podía prepararme para lo que estaba a punto de pasar.