SINOPSIS:
Ahora que la vida de Sarah ha cambiado, es momento de que aprenda a adecuarse a lo que vive entre las penumbras de Beacon Hills.
Iniciando una nueva vida, sin mentiras ni secretos, descubrirá una parte de ella que llevaba mucho tiempo ocu...
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#CapítuloLargo.
La clínica veterinaria se encontraba en total silencio.
Lydia había dejado trabajando la impresora del lugar mientras que junto con Sarah intentaba cubrir todas las ventanas por donde se filtrase la luz.
Cubiertas con periódicos y papeles, las adolescentes dejaron la habitación adornada por una profunda oscuridad.
Entonces, Lydia tomó el único mapa de Beacon Hills que tenían y lo depositó en el suelo, justo en el centro de la habitación.
Por su parte, Sarah encontró dos velones blancos que colocó a cada extremo del mapa. Fue cuando ambas chicas se miraron con terror.
¿Realmente harían eso?
Por un momento se sintieron como actrices en una película de terror, y no era para menos. Cualquiera que las hubiera visto en esa situación pensaría que estaban invocando a Satanás.
«Y considerando lo que tengo que hacer, qué divertido hubiese sido si fuese así».
―¿Estás segura de hacer esto? ―habló Lydia.
―No, ¿Y tú?
―Tampoco ―apretó sus labios―. Aún tenemos tiempo para arrepentirnos. ¿Y si mejor buscamos a Deaton de otra forma?
―No podemos ―negó Sarah con premura. La imagen de Scott destrozado por no poder salvar a Deaton la estremeció―. Sólo... si me veo poseída o moribunda, apaga las velas, ¿sí?
Lydia asintió con su cabeza, afirmándole en ese simple gesto que ella conocía su parte del plan.
Anteriormente, ambas amigas habían estado estudiando las hojas escritas en latín que detallaban el ritual del "Ojo que todo lo ve", el cual, cabe mencionar, Sarah debía aprendérselo de memoria.
Y aunque ninguna se sentía cómoda con ese plan, allí estaban; Sonrientes, forzadas, asustadas.
Según el ritual, Sarah debía sostener un objeto que diera indicio de la desaparición de Deaton que, en ese caso, era la mariposa disecada.
Luego, debido a una ofrenda de sangre que ella le haría al fuego, debía recitar a ojos cerrados las palabras en latín que aprendió, y el "Ojo que todo lo ve" le mostraría el camino.
Y finalmente, las gotas de su sangre acabarían por trazar un camino por el mapa diciéndole donde estaba Deaton.
«¿Ven? Sencillo».
―Nótese el sarcasmo, por favor―.
De pronto, la pelirroja dejó sus manos moverse en ademanes nerviosos antes de tomar la de su amiga.
