Sentía su mano junto a la mía proporcionandome calor. Ninguno de los dos decía nada, yo realmente no sabía que decirle después de aquello.
— Gracias — me sorprendí al escucharme decir eso.
Él levantó la vista hacia mis ojos y asintió.
— De nada, pero me gustaría saber porque he tenidonla necesidad de hacerlo — dijo entristecido.
Me quedé un rato callada intentando construir una frase, que me ayudara a explicar lo que había pasado.
— Sentí como el mundo se me venía encima, creo que el resto ya lo sabes, lo de Rebecca... — intenté no romperme.
El asintió de nuevo, ninguno de los dos podíamos decir mucho, y se sentía raro.
— Lo peor es que me rendí, simplemente lo dejé ir en vez de afrontarlo — sollocé — esto demuestra lo débil que soy...
Volvía a sentirme mal.
— Hey, no... — me agarró más fuerte de la mano, pero no haciéndome daño — no todos aguantarían lo que tu aguantaste, eso demuestra tu fuerza — suspiró — algún día acabarías explotando, y siento no haber estado ahí para ayudarte...
— Lo has estado, si no fuese por ti, yo estaría... — tragué duro pero no conseguí pronunciar la palabra.
— Tranquila, a partir se ahora todo irá bien... — besó mi mano.
Le sonreí, había elegido vivir, sabiendo que él estaría para mi en aquel momento.
(...)
Me dieron de alta y pude salir del hospital, para entrar al instituto. Por los pasillos era normal ver a la gente mirandome con cara apenada. Rebecca, Natalia, Pamela y toda esa gente había recibido la expulsión inmediata como castigo. Y yo estaba a punto de acabar la ESO y de viajar a Galicia y alejarme de todo lo que había construído durante años.
En ese momento me encontraba en la sala del psicólogo del isntituto. Mi madre se empeñó en apuntarme aunque fuese para la última semana. Escuchaba el sermón que me estaba dando la psicóloga.
— ...pero en fin, lo que quiero decir es — huzo una pausa — si pasas un infierno, sigue adelante...
Levanté la vista y la miré con el ceño fruncido, que frase más estúpida.
— ¿Y eso por qué? No tiene ningún sentido... — dije esto último en un susurro.
— Porque después de pasar un infierno no todo fuego te quema — sonrió.
Me sorprendió eso último que dijo, y en parte tenía razón. Asentí despacio y seguimos con la charla, mayoritariamente hablaba ella, no me gustaba abrirme, aún más después de todo aquello.
A partir de ese momento tenía una nueva perspectiva de la vida. Había estado al borde de la muerte, y me negué a ella, para seguir con mi vida. Tal vez quedarían cicatrices, pero estas me recordarían lo que fui, antes de todo. Me tocaba mudarme, por mucho que doliese, yo me tenía que marchar.
Todo estaba empaquetado en maletas y cajas. Revisé por última vez el baño, asegurándome de no dejarme nada, pero a pesar de ver que no quedaba nada quedé observando el vacío espacio. Recuerdos llegaban a mi como balas, y llenaron mis ojos de lágrimas, pero me las tragué y cerré la puerta detrás de mi. Lo mismo hice con mi habitación, no quedaba nada. Vi la ventana abierta y me acerqué a ella.