Capítulo 16: La chica del bar

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Al ver a Esther sin nada encima me dieron unas ganas horribles de tirarme encima, pero no debía, no podía, mi cuerpo no estaba para estas cosas, después de todo lo que me pasó estaba impotente. No sabía que hacer, tenía una confusión mental increible, caí de rodillas al suelo y me desmayé. Esther me levantó y me tumbó en la cama, ella a mi lado abrazada.

A la mañana siguiente me desperté con ella a mi lado, estaba sorprendido, pero a la vez feliz de saber que no pasó nada. Me fuí a la cocina y desayuné, a los diez minutos ella bajó de mi habitación.

- Buenos días, dormilona - dije yo riendo - ¿Has dormido bien?

- Si - dijo Esther - oye, quería pedirte perdón por lo de ayer, no era mi intención que... bueno, después de lo que ha pasado... ¿Me entiendes?

- Si, tranquila, no fué nada - dije riéndome - yo lo haría, ya que me atraes y tal, pero no podía, estaba muy mal.

- Lo entiendo, pero igualmente lo siento - dijo ella - bueno, ¿Qué me has preparado para desayunar?

- Pues unas tostadas con miel, como las que te gustan, ¿O no?

- Me encantan - dijo mientras me pasaba sus brazos por mi cintura - gracias Marc - me dió un beso en la mejilla.

- De nada, tu come, que hay de sobra - dije mientras me acababa de tomar mi café matutino.

- Por cierto, mañana por la tarde hay un quedada grupal, ¿Podrás venir?

- Supongo que si, total, ya se ha acabado el instituto y vuelven las vacaciones, ¿No?

- Tienes razón - miró la hora - debería irme, pronto se despertarán mis padres.

- Vale, hasta mañana, Esther - acabé la frase y nos despedimos.

Ordené la casa y, cuando acabé, eran las dos, comí algo y me fuí a dar una vuelta por mi barrio, no me encontré a nadie y me fuí a casa. Fué un día aburrido. Me pasé el día en casa entrenando con la espada.

Me sentía solo en la rutina de mi vida, era como un pasillo sin puertas y sin final, todo igual. Eran las siete de la tarde y fuí a una tienda de animales que hace poco abrieron, estaba a dos calles de mi casa. Fuí a la tienda y había perros, gatos, pájaros y un hurón. El único animal que fué abandonado fué el hurón, yo tenía una pasión por los animales, pero en especial por los hurones. Me decidí por el hurón, llegué a casa y no sabía como llamarle, estuve toda la noche pensando en un nombre. A las tres de la mañana, por fín, me decidí a llamarle Lucius, un nombre que se me ocurrió después de ver una de las película de "Harry Potter", una de mis sagas favoritas. Dos horas después me dormí.

Mientras en la iglesia estaban hablando, como siempre, nacero y el cura.

- ¿Debemos hacer otra ronda de cruces? - preguntó el cura.

- No - dijo Nacero - nadie en este pueblo puede ganarnos, ¿Sabes?

- Ya, pero me aburro un poco sin hacer nada de este estilo.

- Tranquilo, te dejaré hacer una cosa mañana - dijo Nacero -  para que me demuestres que nunca me traicionarás.

- ¿Qué cosa? - preguntó intrigado.

- Ya lo verás, ten paciencia.

El cura se retiró y se fué, Nacero se quedó solo.

- Vamos a ver de lo que es capaz de hacer por mi, ¿Será capaz de matar a esa persona? - se preguntó Nacero a si mismo - Bueno, mañana veré los resultados, espero que vaya bien.

Nacero se fué, las luces de la iglesia se apagaron.

A la mañana siguiente me levanté a las doce de la mañana, bajé a la cocina y desayuné, cogí a Lucius y estuve un rato jugando con él, me encantaba jugar con mi hurón. Eran las tres de la tarde, me preparé para salir. Habíamos quedado en el "city place", a las cuatro. Llegué ahí y me senté en una mesa a esperar a los demás, me atendió la camarera y se me acercó una chica.

- Buenas, ¿Se puede sentar? - preguntó ella.

- Si quieres, estoy esperando a unos amigos - dije yo.

- Entonces no, bueno, me he mudado aquí hace poco y quería saber si eras de aquí.

- Si, lo soy.

- ¿Me podrías hacer de guía por la ciudad?

- Claro, ¿A qué hora quedamos y donde?

- ¿Te va bien mañana a las Seis en la puerta de la tienda de animales?

- Si.

- Pues ahí nos vemos, adiós.

- Adiós.

Al cabo de diez minutos aparecieron los demás, vinieron Laura, Luis y Esther. Estuvimos hablando y riendo durante toda la tarde, luego Esther y yo fuimos a mi casa, y Luis y Laura a la de Laura. Yo no me esperaba que esos dos se fueran solos a casa de Laura, pero da igual. Llegamos a mi casa, Lucius estaba jugeton, se lo enseñé a Esther y le encantó. Estuvimos jugando dos horas con él. Era tarde y le dije a Esther que si quería quedarse a dormir, llamó a su padres y le dejaron. Saqué una botella de vozdca azul, mi bebida favorita, y nos la bebimos entre los dos, ella bebió más que yo. Eran las once, los dos estábamos en el puntillo, fuimos a mi habitación, nos desnudamos y lo hicimos. Primero la empotré contra la pared, ella gozaba y gozaba. Luego se puso nata por todo su cuerpo, ahí tuvo protagonismo mi lengua. Y, por último, lo tradicional, la comadreja entró en el agujero. Después de eso, ella dormida, me vestí, cogí una caja de tabaco y me fuí a la calle. Ya fuera de casa cogí un cigarrillo y me lo fumé mientras daba una vuelta. A punto de girar la esquina me pareció oir una voz familiar, miré con cuidado y acerté, eran el cura, Lucy y Sergio. Me escondí y escuchaba en silencio. El cura llebaba una espada en la mano.

- No quiero hacer esto Lucy, por favor, mírame el rostro, ¿Lo ves? - reguntó desesperadamente el cura.

- No sé quien eres, no te conozco - dijo ella.

- Sergio asustado y escondido detrás de un árbol salió y se encaró con el cura - Déjala en paz, ¿Me oyes?

- ¿Quieres que te mate? - preguntó el cura mirándole con una cara de asesino - No eres nada comparado con el otro chaval, vete de aquí basura.

- ¿Que has dicho? - Sergio fue a darle un puñetazo y el cura lo esquivó, cogió la espada y se la clavó en el pecho - Hijo de... - cayó de rodillas al suelo.

- ¡Sergio! - gritó Lucy - ¿Por que haces esto? - dirigiéndose al cura.

- Esto ha terminado - se abalanzó contra Lucy, fuí corriendo y le cogí el brazo - ¡¿Marc?!

- Si, soy yo, ¿Qué está pasando aquí? - pregunté - ¿Cómo eres capaz de intentar matar a tu hija?

- ¿Cómo...? - se preguntaba Lucy.

- Si quieres matarla primero tendrás que pasar por encima de mi cadáver - dije mirándole fríamente.

- Si no hay más remedio... - dijo el cura y, acto seguido, hizo aparecer una espada de su mano - toma, cógela y empezemos.

- Cogí la espada - No voy a tener piedad con personas como tú.

Valle agrietadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora