Capítulo 10: Corazón en peligro

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A la mañana siguiente me desperté con una de las dos espadas al lado y con un corte, muy pequeño, en el brazo. No le dí impotancia. Me levanté y fui a la cocina ha desayunar algo, unas tostadas con mermelada y un vaso de leche. Bajé a la calle a dar una vuelta. Estaba con mis cascos, tenía que girar una esquina para ir al parque, que es donde quería ir, y de repente un coche a mucha velocidad pasó como si nada. Casi me atropella el muy cabrón, le grité cosas al conductor y bajó del coche. Antes de que me pudiera ver la cara le dí la espalda e hice como si nada hubiera pasado. Lo que me gusta de este parque es que no te puedes aburrir, ¿Por qué? Porque te sientes donde te sientes siempre aparecera un señor o señora que te contará su vida, sus experiencias, sus tiempso mozos, etc. Me siento en un banco cerca de la puerta del parque, en cinco minutos aparece un anciano y me pregunta:

- ¿Se puede?

- Claro, siéntese - dije.

- Que mozo tan educado - dijo - este parque está lleno de buenos mozos. ¿Quieres escuchar algo interesante?

- Está bien - dije un poco interesado.

- Aquí antes había patos en el lago. Mi mujer y yo les dábamos pan humedo - dijo - pero ella se fue, y los patos con ella. Y ahora mira, no hay patos, no hay pan húmedo en el suelo, no hay nada.

- Seguro que su mujer fue una mujer estupenda, ella la esta viendo desde arriba - dije - anímese hombre, hay que ser feliz.

- Gracias mozuelo, ¿Sabes algo? - dijo el anciano - Siempre que vengo aquí triste salgo con una sonrisa. Muchas gracias. Adiós.

- Adiós - le dije al anciano.

Al cabo de unos diez minutos apareció un señor con pinta de estar enfadado.

- ¿Qué le pasa señor? - dije.

- Verás, un chaval antes cuando estaba con el coche me ha dicho de todo - dijo - y ahora estoy cabreado.

- Mierda, era yo - ¿Y no le ha visto la cara ni nada? - dije.

- No, pero como le pille... - Mierda, sería bueno irse.

- Bueno, suerte con la búsqueda. Adiós.

- Adiós chaval, gracias por escucharme.

Después de esta extraña situación me fui a casa. Y esto es lo que suelo hacer durante las mañanas que no sé que hacer y no hay instituto. Es agradable este parque, suele pasar buena gente que te ayuda y te escucha. Yo no explicaré mi problema ni de broma, nadie me creería. Me tomarían por un loco. 

Cuando llegué a casa estaba hambriento, fui a la cocina y cogí una manzana. Aún no era la hora de comer cuando llamaron a la puerta. Era el cartero, traía una carta para mi. Se fue el cartero y me senté en el sofá del salón. Empecé a leer la carta.

"Querido Marc, espero que te haya gustado el paquete que te enviamos tu abuelo y yo. Quizás no sea nada caro ni esas cosas que os gustan tanto a los jóvenes, pero es algo útil y necesario. Te envio esto porque me he enterado de lo de mi hija, no me lo podía creer, pero algún día tenía que pasar. Estoy preocupada por tu salud médica, sabemos que tienes ciertos problemas desde pequeño y que tu madre te daba los medicamentos, ahora te lo damos nosotros. Siento lo de tu madre, lo sentimos. No sé que más decirte, así que me despido. Adiós y hasta el próximo envio."

En cuanto leí esta carta fui a buscar el paquete que me llegó el otro día, aún no lo había abierto. Lo abrí y eran medicamentos y dinero. Yo desde pequeño he tenido problemas cardíacos, nací con un problema en el corazón. Algunas veces me dan ataques al corazón. Para evitarlo me tomo una pastilla cada mañana, para evitar que me den ataques y tenga una buena salud. Mis abuelos eran gente rica, tenían una mansión en el norte de la ciudad, la zona rica. Ese día fui al hospital para hacerme una revisión.Estuve media hora esperando en la sala de espera, insoportable. Me llama mi doctora y me hace pasar.

- Cuanto tiempo Marc, cuentame, ¿Qué pasa?

- Vengo ha hacerme una revisión del corazón - dije.

- Entiendo, qíitate la ropa y túmbate en la camilla.

- Me quito la ropa y me tumbo - ¿Puede ser que ya se me haya ido? -dije - Lo digo porque hace mucho que no me tomo la medicación y no me dan ataques. Tu ritmo sanguinio es diferente a los demás, tú tienes un ritmo más lento.

- Puede ser, pero déjame revisarte - dijo.

Después de estar media hora revisandome dijo:

- Tienes el pulso y la circulación sanguinea más alterados de lo normal, ¿Te ha pasado algo raro?

- No le diré ni de broma lo del valle - No - dije.

- Bueno, pues eso te está ayudando a que no te den ataques. Recuerda, si se te acumula mucha sangre en el corazón te dará un ataque.

- Si - dije - y que no son ataques de corazón normal, son peores.

- Exacto, veo que te acuerdas - dijo ella - bueno, cuídate y no mueras.

Después de a revisión me fui a casa confuso, ¿Cómo que me está ayudando? Tenía dudas de ello, pero si la doctora lo decía... Llevo yendo a esa doctora desde que era pequeño, le tengo mucho aprecio. Llegué a casa y lo único que hice fue cenar y a la cama.

Día siguiente. Ese día hacía tres meses con Lucy, le monté una cenita en mi casa. No me encontraba muy bien, pero no le comenté nada a Lucy para no preocuparla y arruinarle el día. Fui al supermercado a comprar los ingredientes y a la floristería a comprar una rosa para ponerla en medio de la mesa. Llegó la noche y estaba impaciente por la llegada de Lucy. Tenía el comedor a oscuras, con velas, la mesa con los cubiertos, platos, etc. Y una rosa en medio de la mesa. Llaman a la puerta, voy a abrir. Es ella.

- Que guapa vas, ¿No? - reí.

- Se rió -  ¿Se puede? 

- Claro, pasa - le abrí la puerta y ella entró.

- Se sienta en la mesa y empezamos a comer - ¿Desde cuándo eres bueno en la cocina? - dijo Lucy riendo.

- Desde esta mañana - reí  - ¿Está bueno?

- Delicioso - dijo Lucy mientras comía.

En acabar el primer plato trajé el segundo. Íbamos por el segundo cuando, no sé porque, nos entró el morbo y fuimos a mi habitación. Lucy cogió la nata y se la puso en su cuerpo a medida que se iba desnudando. Yo, ya desnudo, le lamía la nata de su cuerpo deslizando mi lengua lentamente sobre sus pechos, iba banjando hasta llegar al clítoris, le hice un "Cunilingus", saboreaba cada parte de su cuerpo con mi boca. Más tarde llegó el climax del momento y, sin interrupciones del cartero, me tumbe encima suyo y empecé a penetrarla, le gustaba, no paraba de gemir. Me pedía más y más, yo lo hacía. Cuando llegó el momento final, ella y yo sudorosos y con ganas de más, Lucy sacó un paquete de tabaco y me ofreció un cigarrilo, acepté. Después de fumarnos un cigarrillo cada uno estuvimos un rato besandonos desenfrenadamente. Luego dormimos abrazados. Esa noche fue genial.

A la mañana siguiente, mientras estábamos desayunando, empecé a hiperventilar, me dolía el pecho. Me estaba dando un ataque. Lucy asustada, y llorando, llamó a una ambulancia.

Valle agrietadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora