5: "Te he confundido"

1.8K 413 35
                                    

La primera vez que me preocupé por ti fue una semana de agosto, porque tus sarcásticos comentarios se habían transformado en el vacío de tu voz, y llegabas tan desorientado al salón de clases que en ocasiones una de tus zapatillas era de color rosado. Nuestros compañeros nunca se cuestionaban el porqué de las mescolanzas en tu atuendo y la discreta desaparición de tu irritable carácter, creyendo que sólo se trataba de tu estilo alternativo.

A veces, cuando me levantaba del pupitre para retirarme del aula, alcanzaba a ver que caminabas con determinación a la señorita Choi para platicar sobre una cuestión que no hacía más que ponerles de nervios. Por un momento planteé la irracional idea de que ustedes dos mantenían algo prohibido a las afueras de los muros de la Universidad, y ese día mi estómago se revolvió tanto ante el dramático escenario que no tenía el valor para comer algo a la hora del almuerzo. Negaba con la cabeza, deshaciéndome de esa extraña imagen que creé de ustedes. No podía ser posible que su irritante relación de tirar y empujar se debiera a semejante motivo. Tu extraño humor tenía que ser a causa de algo más.

Desde que el semestre dio comienzo no había sentido tal ansiedad por charlar contigo hasta ese momento. No sabía en qué podría ser de ayuda para alguien que apenas y me saludaba cuando nos hallábamos a solas, pero deseaba acercarme a ti y preguntar a dónde se habían ido tus ridículas dudas sobre a quién se le ocurrió mezclar el punto y la coma, saber en dónde se hallaba aquel molesto SeokJin cuya voz retadora me hacía sentir impotencia. Estabas cada día junto a mí, pero yo sentía que te habías esfumado.

Antes de que la sesión del viernes empezara pude notar que tus ojos estaban acuosos y tu nariz se hallaba enrojecida. Era evidente: habías estado llorando. Maldije, ya que como de costumbre, éramos los únicos presentes en medio de tantas butacas vacías. Ni siquiera tenía tareas pendientes y tú carecías de motivos para estar ahí; parecía que llegábamos temprano sólo para jugar a las escondidas con la mirada, a ver quién atrapaba a quién para que fuera su turno de saludar primero.

Tanteé en mi mochila, encontrando un paquete de pañuelos desechables. Al sacarlo me sonrojé, ya que compraba los que tenían envoltura del oso Kumamon, pero era mejor que tener tu nariz escurriendo e irritada, así que te los ofrecí sin dar lugar a infantiles miedos.

—Gracias Yoon —susurraste, y por alguna razón me sorprendió que recordaras mi nombre.

Como era de esperarse, no volvimos a hablar durante el resto de la clase.

Esa tarde fui a la habitación de Jimin para continuar trabajando en nuestra acuarela. El no percatarme de tu ausencia en las escaleras me resultó imposible. Temí que te hubiese pasado algo, mejor dicho, que decidieras tramar algo en tu propia contra. No te conocía y no alcanzábamos a dirigirnos más de tres palabras, pero estaba acostumbrado a que fueras lo primero que vieran mis ojos al llegar al taller de redacción.

— ¿Estás bien? —me preguntó Jimin, manchado de pintura desde el codo hasta sus regordetes dedos.

—Lo estoy, pero un compañero mío parece no estarlo —le respondí, medio sumido en dar detalles a un charco del paisaje en que trabajábamos— ha estado muy triste y después de verle llorando no lo he vuelto a encontrar. Me da miedo que tome esa decisión.

—Que llore no quiere decir que se lanzará del balcón al anochecer —intentó tranquilizarme, pero sus palabras sólo incrementaron mi inquietud— él estará bien YoonGi, todos tenemos malos momentos.

Me resigné a continuar aquella charla, y creo que la melancolía de tu expresión me ayudó a pintar las farolas de esa solitaria avenida bajo la llovizna con mayor sentimiento.

Regresaba a casa para el atardecer, cargado de bocetos y pinceles sucios los cuales hacían malabares en mis brazos amenazando con caer. Tan distraído estaba en evitar que se desplomaran sobre el suelo, que terminé por chocar con un desconocido.

—Lo siento —se apresuró a decir, ayudándome a estabilizarme para evitar que eso tan temido sucediera. Su voz y peculiares manos me dejaron atónito, incapaz de voltear a verle para comprobar que no estaba volviéndome loco.

Giré sobre mis talones y lo único que pude encontrar fue un chico alto vistiendo un elegante suéter de color marfíl, caminando tranquilo bajo las copas de los árboles veraniegos.

La misma estatura, los mismos dedos torcidos y esa habla inconfundible. Había chocado con una versión tuya más dulce y amable, cuyo aroma a miel no se marchó de mis fosas nasales aún cuando había llegado a mi dormitorio. Debí de haberte confundido, me convencí de ello para no dar vueltas en la cama incapaz de dormir a causa tuya.

Índigo [ksj + myg]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora