2: "Te he descrito"

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Existe una diversidad de cosas en la vida que llenan mi pecho de felicidad por saberme parte de ésta, tantas que me veo incapaz de detenerme a contarlas pues estoy seguro de que me demoraría una buena cantidad de tiempo en hacerlo.

Me gustan, por ejemplo, la rojiza vista del ocaso, que se muestra vanidosa tras el ventanal; el fuerte sabor de un doble expresso por la mañana, la tierna dulzura de esa tarta de frambuesas que acostumbro a comer los viernes antes de ir a la cama, y cumplir mi peculiar afición por ver las acuarelas y los pinceles organizados de acuerdo a su tamaño o tonalidad. A pesar de todo, había algo de lo que estaba escalofriantemente seguro: tú y la profesora Choi discutiendo sobre estúpidos temas literarios no era algo que pudiese incluirse alguna vez en mi finito listado.

Era jueves cuando se te ocurrió decir en voz alta un disparate sobre Shakespeare que mi memoria agradece no recordar con claridad. Cual iluso, creí que a tus palabras se las llevaría el viento, haciendo que las cosas no pudiesen empeorar. Me di por enterado de mi mal tino cuando la mujer de falda tubular hizo una mueca de desagrado en tu dirección. Te había escuchado.

Intentaba realizar el ejercicio de descripción cuando la catástrofe empezó, y supe que mi frustración de novato no era la única cosa que me tendría hundido hasta el cuello. Concluir mi escrito sin tan siquiera haber empezado se volvió diez veces más imposible teniéndolos junto a mí, sonando igual de quejicas y ruidosos que un par de infantes testarudos. Apenas iban tres semanas de taller y ya cargaba con el arrepentimiento de haberme apuntado, ignorante a lo que me aguardaba.

—Las creaciones del hombre son absurdas, y la construcción de sus personajes no es algo que me encantaría alabar. ¿Otelo poseía al menos algo de sentido común? Si era un héroe tan increíble que creía sin ver y hablaba sin oír, ¿qué tan estúpido debe ser el corazón humano para verse reflejado en una obra como esa? —mascullabas, cruzado de brazos.

¿Por qué el desprecio con que tratabas a la obra me hacía sentir ansias por adquirirla, y abrirla frente a ti sólo para ver a tu sangre bullir?

—Tal vez a un jovencito del siglo XXI le parezca absurdo, pero no te confíes cuando se trata de hablar sobre el efecto que tiene el texto sobre el lector, así que quita ya esa facha de soberbia. Contexto, Seokjin —enfatizó la palabra, pareciendo dispuesta a tomar su bolso para extraer de éste peras y manzanas, a fin de que a tu cabeza hueca le quedara en claro— tal vez a ti te parezca absurdo, pero piensa en la psique humana del siglo XVI. Además, tu rabieta no puede opacar el hecho de que ese hombre que tanto repudias fue revolucionario y quizás el mejor dramaturgo alguna vez nacido.

—Tan buen dramaturgo que sus tragedias causan en mí el efecto que le correspondería a una comedia —exclamaste irónico, con las mejillas teñidas de intenso carmín y la mirada expandida, deteniendo ese meneo de tu cabeza que aparece cada vez que te exaltas.

—Llevas dos años en la carrera como para que reclames por algo tan ridículo. Más te vale que empieces a redactar porque de seguir a este paso no dejaremos al pobre Min en paz, ¿verdad?

Cabe recalcar que detesto cuando los profesores enredan a otros alumnos en su conversación cuando ni siquiera lo has pedido, haciéndote dar cuenta de que mantener la boca cerrada no es suficiente para ser invisible.

La ira puede llegar a ser mi peor enemiga, transformándome en un horripilante ser lleno de miradas ofensivas una vez que ésta se ha instalado en la boca de mi estómago, así que rodé los ojos y tomé mi lápiz lo más fuerte que pude, tanto que mis dedos enrojecidos ardían. No respondí, sólo los miré disimulando la poca paciencia que sus voces me habían dejado, actuando como si no comenzara a odiarte por el simple hecho de formar parte de la existencia.

—No se preocupe, es más, me atrevo a decir que me han ayudado a decidir lo que describiré.

Siempre evito ser del tipo retador y agresivo, pero te sonreí y no exactamente para ser cordial, porque tan sólo verte a ti y tu perpetua mueca de amargura hacían que la distinción entre bien y mal se volviera difusa en mi consciencia. Suelo disimular cuando una persona no es de mi agrado, pero contigo me picaban las manos pues ansiaba escribirme un letrero de "no me hables" en la frente, y mis ojos rogaban por mirarte de la forma más hiriente posible con tal de hacerte saber que, al menos para mí, tu cercanía se trataba de algo indeseable.

Escribí en silencio sobre tus sucias converse negras y lo desagradable que era encontrar quemaduras de cigarrillo en las polvosas mangas de tus rotas sudaderas. Llené una cuartilla del odio que llevaba acumulado por un sujeto que de malo no me había hecho nada, pero al cual detestaba con tal fervor que parecía haberse robado lo más valioso de mi vida. A letra negra y apeñuscada describí tus gruesos e irritantes labios, que nunca se callaban, tus ojeras de espanto y los tétricos dedos tan torcidos como su dueño que perezosamente sostenían bolígrafos gastados y escribían una caligrafía que apenas me era legible. Creo que la mayor parte de mi esmero se fue en recalcar el asco que sentía por tus gastadas chaquetas de cuero y tu asfixiante perfume a menta mezclado con tabaco.

Cuando vi mi texto concluso inhalé y exhalé tan cansado como si hubiera recorrido Seúl entero, de ida y de regreso, con nada más que mis dos piernas. La pena que sentí por mi persona fue tan grande que deseé no haberme dejado llevar por las volátiles emociones que me dominaron de momento. Sin embargo, el arrepentimiento llegó demasiado tarde, pues la profesora arrebató la hoja de mis manos antes de que pudiera darme cuenta y la leyó tan atenta como pudo, moviendo los labios ante algunas de mis frases y desesperados borrones. Lo único que podía hacer ante una situación como esa era esperar a que la tierra me tragara. 

—Min YoonGi, a veces hay que tener cuidado —canturreó risueña antes de devolverme el papel de la discordia, tan burlona que parecía haber leído el diario personal de algún adolescente— porque puede existir amor en aquello que creemos odiar, sino... —se acercó a mi oído, murmurando por lo bajo— ¿por qué tomarse la molestia de escribir al chico de al lado con tanto detalle?

Aún maldigo a tus ojos brillantes y esa irritante risa burlesca que dejaste escapar después de obtener tan vergonzosa observación. 

¿Qué diablos era tan gracioso para ti?

Índigo [ksj + myg]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora