16: "Te he acostumbrado"

1.7K 361 71
                                    

Asemejando el tronco de un roble bajo la nostálgica brisa otoñal, el paso del tiempo fue desnudando tu alma de aquella máscara que usabas para evadir ser sincero ante mis ojos. De apoco asomaste tus asustadizos orbes negros, cual suspicaz ciervo, observando curioso la peculiaridad de mis manías y la pereza de mis costumbres como si fueran intrusos de tu calma rutina.

Inocente, es lo que eras cuando estabas escondido del resto en tu acogedor y silencioso rincón de serenidad. Y me sentía dichoso, porque me permitiste acompañarte en aquel sitio donde eras de risa ligera y no agregabas palabras hirientes a cada oración que saliera de tu boca.

Bajaste la guardia ante mi compañía en noches de ocio, cuyo desenlace eran largas conversaciones que no tenían otro fin más que dejar fluir temas aleatorios y vergonzosas anécdotas de niñez, y dejaste de rehuir mis noches de caramelos y películas Ghibli. La primera vez te acercaste con pinta de no desear hacerlo, pidiéndome tímidamente que te hiciera un espacio porque La tumba de las luciérnagas era tu favorita. Derramaste un par de lágrimas mudas, así que tendí una caja de mis vergonzosos pañuelos con estampado del oso kumamon y te obsequié aquellas gomitas con forma de gusano a las que les llevabas poniendo el ojo desde que empezó el filme.

Te había acostumbrado a oír bellas melodías de Tiersen, ambientando las tardes que dedicábamos a trabajar meticulosamente sobre nuestras profesiones. A veces me pedías que te acompañara afuera, necesitando que oyera un nuevo escrito tuyo con tal de que te aconsejara sobre si las palabras sonaban rebuscadas o simplemente no tenían química entre sí. Aquellos minutos eran fortuitos, eran el tesoro que guardaba con recelo del resto. No supe qué había hecho bien para que mis lánguidos dedos merecieran pasearse por las páginas de tu cuaderno y leer arte nacido de tu romántica percepción de la lengua.

Jamás creí que las palabras pudieran poseer tal belleza, hasta que conocí la forma en que las expresaba tu corazón a través de la espesa tinta de tu bolígrafo favorito. Releía aquellos párrafos plagados de poesía, y sólo podía suspirar de admiración afirmando que yo no era más que un intento de novato decente.

Rara vez te atrevías a acercarte al caballete cuando me encontraba esparciendo infinitas tonalidades sobre un lienzo vacío. Caminabas tras de mí con el pretexto de ir a donde fuese a dar aquel cortísimo trayecto entre la puerta y mi banquillo, creyendo que pasabas desapercibido aún si te detenías unos segundos a descubrir qué era lo que mi pincel se esmeraba en plasmar con tal delicadeza.

—No muerdo —murmuré en una ocasión, y echaste a correr lejos como si tus oídos sólo hubiesen retenido la parte que iba sobre morder. Me encogí de hombros con una sonrisa distraída surcando la palidez de mis belfos. Sólo tal vez la idea de clavar mis dientes en la lechosa piel de tu cuerpo no me desagradaba tanto.

Mandé a volar las pecaminosas imágenes que brotaban de mi imaginación pretenciosa. No era capaz de dirigirte ni una mirada sabiendo que había manchado tu imagen de tal manera dentro de mis pensamientos. No cabía duda de que me incitabas a transformarme en un libidinoso carente de pudor, y era yo quien se atrevía a acusarte de pervertido a los cuatro vientos por pasearte sin camiseta todas las mañanas frente a mis narices. Éramos un par de descarados.

—Me has permitido leer tus escritos incontables veces —exclamé en cuanto regresaste a la habitación, cargado de fresas como de costumbre.

Tu adicción por aquella fruta hacía que el rojizo natural de tu apetecible boca cobrara sentido.

— ¿Y has dejado salir ese comentario porque...?

—Ah, todavía te atreves a cuestionarlo, este chico —estrujé mi cien sin importar las manchas de pintura en mis manos— será porque desde que llevo poniendo manos a la obra en mi trabajo final te le quedas mirando con cara de espanto. Puedes sentarte a ver, que lo que me molesta no es tu presencia sino esa penosa actitud de adolescente mirón de canales para adultos que te cargas.

Índigo [ksj + myg]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora