13: "Te he descubierto"

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Esperé por ti con el corazón en la garganta y las manos ocultas debajo de las mangas de mi holgada camiseta a rayas. Me causaba inquietud pensar en escribir poesía contigo haciéndome compañía, porque si bien no era exclusiva del romance y todo lo que éste implica, sabía que de sólo sentarme a tu lado mis manos escribirían palabras de amor ocultas tras avergonzados garabatos de olvido.

No pude contener mi sonrisa cuando te vi de pie frente a mí y me dedicaste una de tus miraditas soñadoras, esas que parecían susurrarme que lo nuestro tenía solución, que tal vez era hora de dejar atrás nuestra persistencia por mantenernos lejos cuando acercarnos era algo tan natural.

¿Estaba bien admitirlo, Jin?, ¿estaba bien admitir que podía perderme en tus ojos negros sin buscar retorno alguno?

—Entonces... —murmuraste, viéndote tan voluble y nervioso que creí la intensidad con que te observaba había delatado cada pecado oculto en mi pensar— tengo clases hasta las siete, ¿te parece bien comenzar a escribir esta cosa en nuestra habitación?

—Me parece perfecto —dedicándome a juntar mis pertenencias dentro de la mochila gris con que cargaba, retiré mi completa atención de ti. Algo comenzaba a estorbar en medio de los dos, y quise ignorarlo tan pronto como me fuera posible— Sólo que hay un problema, mi última clase acaba a las cinco y no tengo manera de ingresar si no me das una copia de tu llave.

—Espérame en el pasillo, adiós.

— ¡Kim SeokJin, vivo ahí ahora!, ¡no puedes dejarme fuera cuando te plazca!

Comencé mi camino hacia ti de forma casi automática, hasta que una mano retuvo mi furioso andar a mitad de la persecución. Giré extrañado hacia la señorita Choi, dueña aquel impedimento; ella sólo atinó a hacerme una señal de silencio, moviendo su cabeza en dirección a la salida, pidiéndome verla. Fue ahí donde te encontré siendo presa de un chiquillo castaño, no tendría más de quince años y su sonrisa era simpática; te abrazaba como esperando dejarte sin aire.

—A veces no entiendo cómo mi hijo puede adorarle tanto —la mujer resopló antes de encaminarse a el escritorio, abriendo uno de sus cajones en busca de algo desconocido. Una exclamación de sorpresa murió en mis brazos, pues lucía tan joven que nunca me di el tiempo de imaginarla como madre de un escandaloso adolescente— sabía de tu mudanza, Yoongi-ah, y tuve esperanza en que Dios le dotara de amabilidad, pero no podía esperar menos de ese chico —y me tendió una pequeña llave, depositándola en la palma de mi mano.

Le observé con el rostro lleno de confusión, pues desconocía qué clase de relación llevaban tú y nuestra profesora de redacción como para tener en posesión suya algo como eso. Se me nubló la mirada y apenas pude pronunciar unas cuantas palabras, sin asimilar nada de lo que estaba ocurriendo.

—N-no... no es por sonar grosero, pero... ¿por qué tiene usted tal cercanía con un alumno? Por favor, evite mal interpretar mis intenciones, sin embargo, creo que estoy en mi derecho de sentirme nadar en un mar de dudas cuando es mi profesora quien me otorga esta llave y no mi propio compañero de cuarto.

La señorita Choi hizo un gesto risueño, libre de culpabilidad aún si no le acompañaba en sus alegres carcajadas, aunque al menos a mí no me causara nada de gracia. Envolvió su fina mascada lila sobre su frágil cuello, dedicándome una mirada tan llena de cariño maternal que terminó por darme escalofríos.

—Choi es mi apellido de soltera, y lo conservo en el trabajo aún cuando lo correcto sería presentarme como Kim Eunjae. En términos formales Seokjin es mi sobrino, pero le crie desde que era un muchachito tímido y asustado de ocho años, así que lo considero más como un hijo propio. 

—Lo siento, no tenía ni la menor idea...

—Nadie la tiene, Yoongi-ah. Comprendo que al principio nuestra cercanía te pareciera sospechosa, lo noté por la forma en que nos veías —me palpó el hombro en señal de consuelo, intentando sosegar mis alterados nervios— sólo me queda pedirte que cuides de él, ¿sí? Puede que aguantarle no sea sencillo, pero créeme, le agradas más de lo que te imaginas, sino no haría tantos esfuerzos por caerte mal. Alejar a las personas le es más fácil que quererlas. —susurró antes de dejar el salón con una sonrisa anublada.

Índigo [ksj + myg]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora