7: "Te he pensado"

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Me enfundé en mi chaqueta de mezclilla y tomé mi paraguas fuera de los casilleros de la habitación para empleados, frunciendo el entrecejo debido al lacerante dolor que experimentaba mi agotada espalda. Si bien la calma reinaba en el templo de mi mente pues por fin era libre de retirarme, recordar que debía volver a la mañana siguiente era un hecho que le ganaba al poco optimismo que mi cabeza podía llegar a producir. Y, como si fuera poco, las nubes de verano se habían acumulado en el cielo hasta dejarse caer en una torrencial tormenta, lo cual dificultaría mi regreso a casa.

— ¿Ya te vas? —cuestionó Joohyun junto a la puerta de madera, atando su largo cabello castaño en una coleta alta— podría llevarte en mi auto y te ahorrarías un resfriado por la lluvia. 

Como era usual, la chica sólo prestaba atención a la organización de sus pertenencias y a ir de una esquina a otra recogiendo empaques vacíos de lo que fue su almuerzo, ignorando mi presencia en la habitación y hablándome como si fuese yo alguna especie de criatura omnipotente. Comenzaba a creer que no se detenía para mirar a absolutamente nadie. 

—No quiero resultar una molestia para ti noona, es el segundo fin de semana que me llevas a casa —me rehusé sólo para evitar verme como un aprovechado, porque tenía esa costumbre heredada de mi madre de nunca aceptar a la primera invitación. Si podía evitar ser visto como una carga, entonces lo haría sin dar lugar a preguntas.

—Vivimos en el mismo edificio, literalmente —insistió, y la única vez que me miró en el día fue para darme esos ojos sarcásticos con que se burlaba del mundo entero— o me dejo de insistencias, no vaya a ser que se te ocurra demandarme por acoso sexual a un menor.

—No me llevas tantos años —me mofé mientras avanzaba detrás de ella hacia la salida, y ambos echamos a correr en cuanto infinitas gotas de agua empaparon nuestras espaldas, encontrando refugio dentro del pequeño Beatle color rojo estacionado a unos cuantos metros del local— no te demandaría por eso a menos que fueras el señor Lee —dejé salir una vez que estaba dentro, abrochando el cinturón de seguridad.

—Evitas hablar de ello dentro del trabajo pero una vez fuera lo dices como si tales palabras no tuvieran ningún peso —suspiró agotada, pues la mención de nuestro jefe le atormentaba tanto que parecía preocuparle más que a mí— mencionando esa escenita, ¿quién era el chico que te hizo tirar el café?, ¿te molesta o algo? Lo viste a los ojos y te congelaste por completo.

Escalofríos recorrieron mi espalda en todas direcciones ante la mención de tu persona, y tuve que aferrarme a la cuerda negra que me sostenía para no retorcerme sobre mi asiento. No habías dejado descansar mi cabeza desde que te marchaste y te detuviste en la salida sólo para sonreírme, como riéndote de mi recién descubierta debilidad por tus ojos disfrazados bajo un manto del color del océano. 

Me estabas volviendo loco y apenas habíamos tenido una conversación más o menos decente. No quise vagar alrededor de mis pensamientos hasta tener certeza de qué era lo que pasaba conmigo, ya que temía por la razón de los desenfrenados latidos abatiendo mi pecho al recordar tu nombre.

—Era un chico de mi taller de redacción —miré en dirección a las gotas que resbalaban sobre el cristal, teniendo una visión borrosa de un Seúl bajo los cántaros de lluvia diurna que caían furiosamente desde el cielo— no esperaba encontrarlo, eso es todo.

—¿Te gusta? —me preguntó, y segundos después de escucharle atiné a ahogarme de la forma más estúpida: con mi propia saliva— tranquilo, compañero, no tienes por qué impactarte tanto ante ese cuestionamiento porque tu reacción responderá por ti —exclamó risueña mientras frenaba ante la luz roja de un semáforo, dando palmadas en mi espalda como si eso fuera a detener mi toz. 

—Él no me gusta —tomé un respiro profundo, tratando de hacer que mi voz regresara a la normalidad— sólo se veía muy diferente a como le conocía, es todo. Por lo regular va por la Facultad con esa apariencia de greaser que se carga diario, pero hoy se veía como el nene pijo de papá. 

—Oh, vaya que hiciste molestar a su padre, pero tuviste suerte de que te conociera, al menos así te dio una mano —se encogió de hombros, retomando la marcha del auto— ¿seguro que no te gusta? Digo, por lo que me dices no se ve que sea tu tipo, ya sabes, con problemas de identidad y misterios por doquier. Creí que siempre te fijarías en la gente tierna, como Jiminie.

—Jamás he tenido un tipo —espeté ofendido, cruzándome de brazos pues la mención del rubio no hacía nada más que brindarme una horripilante incomodidad— de hecho, SeokJin me ha desagradado desde el primer momento en que le vi. Es el clásico sujeto silencioso que rechaza la compañía de todos y cuya obstinación con lo alternativo le impide ver otros colores que no sean a escala de grises. De seguro escucha a los Arctic Monkeys todo el tiempo. Aburrido.

—Bueno, si no lo has de querer tú haré mi movimiento la próxima vez que se pase por nuestro Starbucks —Joohyun colocó esa expresión pícara de cada vez que intentaba sacarme de quicio, por lo que atiné no estaba hablando en serio, lo cual le hubiese gustado que me creyera— lo odiarás, pero debes admitir que el chico es condenadamente guapo. ¿Cuándo te encuentras un rostro así en esta ciudad?

—Bueno, su personalidad no es de lo mejor, supongo que eso ha hecho que no pudiera apreciar el galante muchacho que admiraron tus ojos —relamí mis labios resecos de pura inquietud, agradeciendo el hecho de que estábamos llegando a nuestro destino. 

Continuar con esa conversación me era difícil, ya que era un impedimento para no mirar atrás y encontrar esos días en los que creí linda la forma en que abultabas las mejillas al no comprender algún texto. 

Me despedí de mi compañera de trabajo al bajar del estrecho elevador, enfrentando ese desierto pasillo de todos los días. Por primera vez supe que los pasos hacia mi habitación eran doce, pues podría ser la última ocasión en que tendría la oportunidad de cometer algo tan absurdo como contar pisadas en aquel edificio de vibra fría y superficial. Si hubiese de enfrentar un futuro más realista, entonces era propio admitir que aún no era tiempo de un logro tan grande como vivir en un apartamento propio. Necesitaba tomar el dinero que mis padres mandaban cada semana y darles el uso adecuado, además de conseguir un empleo donde la sensación de amenaza no me persiguiera.

Después de tomar una larga ducha, encogí mis pies sentado a la orilla del ventanal, apreciando el paisaje que ofrecían las miles de lucecillas brillantes que robaban el papel de las estrellas, tanto así que por su culpa apenas y eran visibles algunas cuantas de éstas. No me di cuenta del momento en que empecé a pensarte, hilando cada pista que se me había presentado a lo largo de la semana, como la revoltura de tu vestimenta ese lunes que llegaste usando una gorra rosada, las silenciosas lágrimas de misterioso motivo que derramaste sobre papel el viernes a las siete de la mañana, y ese extraño encuentro al anochecer en que tus manos me ayudaron a recoger el caos producido por la inesperada colisión de nuestros distraídos cuerpos.

"Agradécele a él" fueron tus palabras llenas de convicción, y me pregunté si mi sonrisa valía tanto como para hacer sentir felicidad a un melancólico escritor que gustaba de sentarse en las escaleras de los dormitorios, para escribirle poemas al alba multicolor. 

Tal vez las vivencias de Jimin no eran suficientes para dar testimonio a la repentinidad de tus cambios y la transformación absoluta de tu persona, pero me habías mirado con esos ojos que alguna vez fueron negros, y sonreíste como nunca te había visto hacerlo.

Y te pensé hasta que el reloj dio la media noche, encontrando un atisbo de tu cuerpo en cada farola encendida por lo que me dediqué a unir los puntos en un lienzo en blanco, tan confusos y difuminados como el misterio que conformabas de pies a cabeza. Te pinté riendo en la luna, y acobijado bajo el manto oscuro del cielo dibujabas constelaciones en las estrellas hasta dar forma a esa imagen tuya que con tanto anhelo intentabas alcanzar. Cuando me alejé para tener una visión más clara de lo que erróneamente asumí como el motivo de tus engaños, supe que eso nunca pasaría, porque incluso teniéndote frente a mí siempre terminarías por convertirte en una obra borrosa e inconclusa dentro de la galería de mi recuerdo.

Antes de dormir escribí una nota que más tarde dejaría reposando sobre el caballete, la cual contenía el título: Ilusión de un alma constelada, porque cerré los ojos esperando eso, que el desastre en tu persona no fuese más que una absurda ilusión.

Índigo [ksj + myg]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora