18: "Te he echado de menos"

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Si tuviesen que elegir un sitio en cual cerrar con llave el infantil mundo en que habitaba a los ocho años, no dudaría un segundo antes de sonreír con los labios sellados, escogiendo con certeza el jardín que mi madre siempre regó y cuidó con tanto esmero, en el cual acostumbraba a jugar todas las tardes junto a Yoonra. Mirando la adorable margarita que irónicamente yacía tatuada sobre tu pecho, solía pensar en lo mucho que me hubiese gustado heredar la delicadeza y el gusto que tenía ella hacia las hermosas flores que siempre vistieron a nuestro tristón vecindario de los más vibrantes colores y la felicidad más sincera.

"Para ver un retoño florecer debemos de trabajar primero el don de la paciencia, pequeño Gi. No puedes cavar honda desesperación en la tierra, ni tampoco arrojar las semillas y rosear unas cuantas gotas de agua esperando que sea suficiente para verlas destellar hermosura al llegar el alba. Debes cuidarlas desde que amanece hasta que se oculta el sol, regarlas no sólo de agua sino con palabras de amor, y sólo entonces ante tus ojos nacerá el crisantemo más hermoso."

Las palabras de la abuela Min quedarían escritas por la eternidad en las memorias que guardaba con recelo en el corazón, cálidas y sabias, como la recordaba a ella antes de que partiera durante mi temprana adolescencia. Fue mi abuela quien había enseñado a mi madre a trabajar su capacidad de tolerancia para no sucumbir ante las constantes torpezas de su hijo, mi padre, y sus enseñanzas fueron a través de dulces mañanas bebiendo té e introduciéndola al vasto mundo de la jardinería. Mamá aprendió entonces a encontrar belleza nacida de meticulosa dedicación, y al pasar nueve meses vio a su primer retoño listo para crecer bajo la protección de sus brazos.

De pie a la orilla del ventanal, anhelaba el tenerla junto a mí para que me enseñara a tomar la catástrofe envolviéndome el alma y cosechar de ella sentimientos parsimoniosos. Cuando la vi unirse en permanencia a la tierra de donde florecían sus amadas hortensias, no imaginé que en unos cuantos años le rogaría al cielo porque la regresara a su lugar de pertenencia, sentada sobre las blancas sillas de la terraza, sonriéndole al pasado con la mirada bañada de respetable experiencia e infinita nostalgia. Sólo entonces sabría cómo regresar a la vida algo marchito, cómo hacer a tu corazón florecer bajo las imaginarias caricias que sólo me atrevía a trazar sobre tu rostro cuando me embelesabas los sentidos de una forma tan abrumadora que me era imposible cavilar con claridad. 

—Jodida nieve y jodido frío extremista, cuánto les detesto. Ustedes no son Hyunwoo así que hablo en serio —se lamentaba Yoonra en voz bajita. De seguro pensaba que seguía demasiado cansado por la cena de anoche así que no se dignaba a desprenderme de los brazos de Morfeo. Al hallarme tan despierto cuando la mañana apenas se asomaba tímida, su única opción fue pegar una exclamación sorprendida— ¡aigo!, qué madrugador resultaste, ¿quieres aprovechar al máximo tu último día aquí?

Agaché la cabeza, guardando para mis adentros el hecho de que me sentía un completo idiota por no haberme dedicado a disfrutar el invierno junto a mis seres queridos. Partía a las nueve de la mañana del día siguiente y apenas hacía unas horas fue la primera vez en mi estancia que le hablé a mi noona con toda la honestidad que me fue posible. Sin embargo, el llanto ahogó en sollozos todo aquello que deseaba contarle de ti, y me privó de pedir su opinión y escudarme en su consuelo.

—En realidad quisiera pasar el día hablando contigo. No miento cuando digo que te necesito escuchándome, recriminando mis acciones de niño testarudo, simplemente necesito a mi YoonRa —me atreví a sincerarme.

Dedicó a mi rostro una mirada consternada, quedándose de pie en el pórtico como si acercárseme fuese la más complicada de las labores. Esperé que murmurara una excusa como que había enfermado de fiebre y las altas temperaturas de mi piel me afectaban el pensar; o que me diera la espalda alardeando sobre toda domesticidad pendiente bajo el techo después de la fiesta de año nuevo. Sin embargo me sonrío con ternura, y pasó el dedo pulgar sobre su mejilla para no dejar rastro alguno de la lágrima que paseaba fugitiva sobre su blancuzca piel.

Índigo [ksj + myg]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora