14: "Te he pedido perdón"

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Vislumbré la gris melancolía de un día nublado tras el ventanal, acompañada de la amargura de otro amanecer sin rastro tuyo en la habitación. Te habías esfumado cual fantasma del pasado, y fui capaz de notarlo hasta que me percaté de la ausencia de tu silueta sobre las sábanas deshechas, con la mirada perdida en el techo como si éste fuese a darte las respuestas que necesitabas. Estaba harto de despertar sabiendo que no parabas de evadirme aún si habíamos dejado escapar una semana de ese modo.

Duermo de más cuando los sentimientos me pesan, así que bastó con rebobinar mis memorias hasta pisar esa noche donde descubrí palabras de amor que albergaban la esencia de un extraño al que despreciaba sin siquiera conocerle el rostro, para que no quisiera levantarme de la cama. Me torturé con el recuerdo hasta ocultarme bajo las mantas como un niñato que teme al monstruo del armario, deseando ahuyentar mi voz interior la cual imploraba por ir a buscarte. Últimamente lo menos que deseaba hacer era levantarme de la cama y enfrentar la crudeza del mundo real.

Recorrí los alrededores con todo el detalle que mi vista cansada me permitió, y fruncí el entrecejo al echar mi curiosidad sobre tu lado del cuarto. La cama estaba pulcramente tendida, el escritorio organizado y no había ni una camiseta negra tirada en el suelo aguardando paciente por hacerme tropezar. Mordiéndome las uñas di pasos temerosos hacia el baño, y al observar el tocador quise despertar de una pesadilla donde te habías esfumado detrás de ojos color índigo y una sonrisa perturbada vestida de artificial parsimonia.

Aquel chico de ropaje oscuro y escritos conmovedores seguía sin regresar, y tuve miedo de no volverle a ver en mucho tiempo.

—Maldita sea —murmuré desesperado, tirando de mi cabello castaño como si poco me importara desprenderlo de mi cabeza— esta vez es por tu causa Min Yoongi, esta vez eres el culpable.

Sobre la lisa y blanca cerámica reposaba el estuche de tus horripilantes lentillas azuladas, esas que me hacían borbotear de pura ansia por arrojarlas al inodoro y tirar de la palanca, deshacerme de ellas para que nunca más opacaran el brillo de tus ojos negros. Eran las nueve de la mañana y lo más probable es que te estuvieses paseando por la universidad detrás de esa torcida armadura de hombre perfecto, pretendiendo que no estabas roto por dentro y actuando como si la vida hubiese hecho bien en destrozar tus sueños.

Apresuré a vestirme. Se me hacía tarde para mi clase de las nueve treinta y, por más que lo deseara, no era el momento para poner el mundo en pausa y cavilar las pesadumbres de tu vida sin darme tiempo para descansos. Me detuve frente tu escritorio de caoba antes de partir, paseando las dubitativas puntas de mis dedos sobre un bloc de notas adhesivas en que solías hacer correcciones y dejar recados para ti mismo, pues según entendía por las pocas conversaciones que habíamos mantenido, tu memoria no era de fiar y a veces temías olvidar hasta tu propio nombre.

"Lamento haber hecho esa pregunta y, sobre todo, lamento haber leído algo que no era de mi incumbencia. Fui infantil, lo sé, tal vez un poco impotente, pero si tu respuesta es afirmativa, quiero que lo sepas: no hay nada de malo con estar enamorado"

Abrumado por mi aflorada ingenuidad, destruí la vergonzosa nota entre mis puños y la arrojé al cubo de basura, pensando que mis acciones eran tan absurdas como intentar unir un cristal roto con cinta adhesiva. Una simple nota no era suficiente para enmendar el descaro con que me había paseado sobre tus secretos y emociones; hacía falta regalarte una dotación de fresas para un año y ponerme de rodillas frente a ti, rogando porque perdonaras la irracionalidad de mi ser.

Bien, tal vez el miedo estaba ganando terreno en la coherencia de mis cabales, pero el día avanzaba y las ideas sobre cómo acercarme a ti eran cada vez más descabelladas. Anduve por la universidad encontrándote en cada rincón, viéndote reflejado en cualquier chico alto y de cabello negro que se cruzara por la inexistente ruta que trazaron mis pasos despojados de rumbo otro día más. Necesitaba verte, saber que estabas bien aún si no eras exactamente a quien yo quería pedir disculpas; estaba desesperado por saber de ti, tanto que la vergüenza por admitirlo se vio extinta en medio de angustiados latidos.

Índigo [ksj + myg]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora