15: "Te he recuperado"

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Incesantes dudas, horas en absoluto silencio y heladas noches de soledad. Había sucumbido ante la suspicacia de tu expresión color añil, y fueron sentimientos propios los que infundieron tanto temor en mi pecho que la única solución que encontré fue no volver a mirarte, ahorrándome palabras que conservaba tercas dentro de mis labios sellados.

¿Acaso no te dabas cuenta?, ¿por qué te dejabas ver tan miserable, tan infeliz? ¡Si por fin era la clase de compañero que me habías pedido que fuera desde el primer instante juntos en aquel espacio que ahora habitaba solo! Quizás el problema radicaba en que no eras tú quien prescindía de mi existir tras esos muros, sino que era yo quien se había adueñado del papel de hombre cruel y frívolo que se supone te correspondía. Tal vez hería tu orgullo, o tal vez me había dado cuenta de que yo tenía el propio, empolvándose en un rincón de mi cabeza desde el momento en que te conocí.

El último arrebol de septiembre se extendía por el cielo cuando comenzaste a desaparecer sin dejar rastro, fue a mediados de octubre cuando parecía ser abandonaste aquel sitio por completo, adueñándote de largas caminatas bajo las farolas y encuentros que evitábamos a través de instantánea ceguera. Dando la espalda me dediqué a vivir mi vida de la forma en que lo hacía antes de que aparecieras en ésta. A veces sonreír con naturalidad me pesaba, y en ocasiones me sentaba a recordarte a través de olvidadizos trazos en donde se manifestaba el pasar del tiempo, pues se escondían detalles que se supone me había aprendido de memoria.

Desapareciste del paisaje por días eternos, ni siquiera te encontraba sentado junto a mí en el taller del cual te esfumaste como si no hubieses sido más que una visión engañosa. Entregaste un poemario del que jamás fui partícipe y no volviste a pisar el salón treintaicuatro las próximas semanas. No quería creerlo, así que infantilmente me cubrí los ojos con la falaz indiferencia que cargaba de sobra, negándome a tomar responsabilidad de la tristeza pintada en el rostro de aquella mujer que te adoraba como a un hijo propio.

Lo único que había alcanzado a saber de ti en el tiempo que pasamos juntos era que gustabas de las margaritas de forma excesiva, adorabas el aroma a menta y considerabas un pecado mortal tu ferviente amor por el color rosado. Conocí también la extrañeza de tu risa sólo una vez, producto de algo misterioso que observabas en tu teléfono celular.

De alguna manera me sentía decaído al pensar que de tu felicidad conocía un minúsculo fragmento, mientras que la totalidad de tu tristeza quedó impregnada en mi mente aún si ya no estabas conmigo.

Asumí la culpa de nuestro alejamiento porque un amanecer más tarde, al desprenderte de esa faceta tuya que tanto conflicto me provocaba, decidí que lo mejor para los dos era acabar con esa extraña atracción que creí mi problema hasta que a mitad de una tormenta tu otro yo me confesó la forma en que me mirabas. Enterarme de ello fue demasiado para un corazón tan medroso como el mío. 

Empecé por excusarme incontables ocasiones para no escribir en tu compañía, hasta que te diste por vencido en tus invitaciones para sentarnos al aire libre y tomar de inspiración al atardecer. Dejé de mirarte indiscretamente, y nuestras largas charlas se fueron desvaneciendo hasta que ya ni siquiera levantaba la voz para desearte un buen día.

Te había alejado por propia voluntad y aquello lastimaba mi pecho como si no fueras alguien que llegó a mí de forma esporádica, un joven reservado que no duró más de dos meses dirigiéndome la palabra, pero al cual no le tomó más que un segundo encadenarme a sus crueles maleficios. 

—Después de todo es verdad, me odias tanto que ahora ni siquiera existo para ti. —fue lo último que escuché de tus marchitos labios antes de que decidieras seguir por tu solitario rumbo. 

Lloré esa noche, el recuerdo aún es tan claro como la luz de luna que caía sobre tus sábanas intactas. Desconocía qué era lo que me afectaba si se supone había hecho lo correcto por ambos. No podría ser feliz a sabiendas de que en cualquier momento podrías dejar de ser aquel que en realidad quería, no podía conformarme con migajas de un cariño inestable, y viéndolo así, tal vez era mero egoísmo lo que me impedía poner punto final a tus ojos suplicantes.

Índigo [ksj + myg]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora