20: "Te he mentido"

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Despojándome de la oscuridad del sueño abrí los ojos, lo cual me pareció indeseable ya que los párpados caían cual espeso telón sobre el confuso panorama, pero toda pesadez en mi alma se disipó por sólo recordar un nombre, el de quien ocultaba su rostro en aquel acogedor refugio que quedaba en el espacio entre mi cuello y mi hombro.

Tu apariencia al despertar era angelical, e ignoraba si tras la vaporosa cortina el sol trataba inútilmente de convertir la nieve en agua o si la luna abrazaba al frío como si éste fuera su mejor amigo, porque no prestaba atención a nada si no era aquel mirar adormilado, una mezcla de azul y rojo producto de la terrible idea que versaba sobre descansar con las lentillas puestas después de llorar tanto. Con las yemas de mis dedos acaricié tus mejillas, e inclinaste la cabeza como pidiendo más de mi tacto. Estabas sonrojado y tu boca se dibujaba risueña, ¿quién diría que horas atrás te estabas derrumbando?

—Son las cinco, pronto va a anochecer —murmuraste con la voz ronca, como leyéndome la desorientación del tiempo.

—Dormimos más de la cuenta.

—No me culpes, estaba cansado.

—Me pregunto de qué.

— ¿Realmente necesitas hacerme recordarlo? Porque lo que más deseo es olvidar lo que pasó en los últimos dos meses.

—Yo también quisiera olvidarlos, porque fueron dos meses tortuosos en que sólo me dediqué a echarte de menos —me vi a mí mismo incapaz de encarcelar tales palabras detrás de mis dientes. Fue una confesión que escapó a los cuatro vientos a sabiendas de sus posibles repercusiones.

Chasqueaste la lengua con incredulidad, haciéndome preguntar el porqué de tu irritada reacción si tantas fueron las veces en que había demostrado mi apego al perfume mentolado que desprendía tu nívea piel y al sarcasmo ligado en permanencia a tu lenguaje. Me miraste como sospechando de la veracidad en mi habla, mostrándote esquivo ante mi tacto. Necesité de meses para verte sonreír, pero unas cuantas palabras fueron suficientes para hallar amargura desdibujando cualquier esfuerzo.

—No soy a quien deberías decirle cosas como esa —sonabas frágil, quebradizo, y temí cometer cualquier desliz que te provocara algún daño— tan sólo mira mis ojos; repudias su color, cuando nos miramos y lo encuentras el pecho se te hincha de tristeza. No es a mí a quien quieres y culparte no puedo pues ni yo mismo me quiero. Sólo existo para lastimarle, para lastimarme a mí mismo pues al fin y al cabo carne y piel compartimos, ¿no?, pero cuando se habla del corazón ambos quisiéramos dejar de estorbar en la vida del otro.

Sopesé las palabras en mi interior antes de dejarlas libres, con mis dedos trazando senderos de caricias entre tus oscuros cabellos. Ambos estábamos nerviosos y alterados por el infernal cúmulo de problemas que nos aguardaba detrás de la puerta. Perdí la vista en tus carnosos labios rosados y en el brillo de tus ojos que no desaparecía aún si les disfrazabas, y respiré profundo, confiando en la verdad de mi sentir.

Te quería, sin barreras ni mentiras, y nada, ni siquiera tu propia inseguridad, me haría cambiar de opinión.

—Hace falta con verte —tomé unos segundos para delinear tus finos rasgos, riendo ante la confusión marcada en la expresión de tu mirar— estás asustado, pero yo no lo estoy. He huido, negado y rechazado hasta mi propia razón, pero los sentimientos a flor de piel permanecen ahí cada que te veo, no importa cuánto trate de ignorarte el sólo pensar en ti me vuelve una catástrofe de ilusiones. ¿Quién te crees para decirme que no eres tú a quien yo quiero? Si sabes que me es de nula relevancia si tu ropaje es oscuro o de tonos suaves, si eres un descarado sin censura o el hombre más considerado pisando esta tierra, porque Kim Seokjin es todo y esa dualidad que me vuelve loco, y yo lo quiero sin importar el color de sus ojos.

Índigo [ksj + myg]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora