—¡Levántate, Juli! —Gritó el inepto de mi hermano desde la cocina.
Mi hermano, y yo, teníamos dieciséis años; nuestra madre estaba de viaje en ese entonces y nosotros vivíamos juntos, el tema problemático era que ya no teníamos esa relación de hermanos que teníamos cuando éramos niños. Hacía ya un año... qué todo era diferente.
Bajé y me senté en la mesa, Bruno por obligación me hizo unos panqueques con chocolate y un jugo de fresa. Lo miré con el ceño fruncido. Es estúpido si cree que comeré algo hecho por él.
—No pienso comer nada hecho por ti, ¿sabes? No quiero morir tan joven —me levanté y agarré una manzana del frutero para luego ir al garaje. Él me siguió con la mirada hasta que salí de la cocina.
Me subí a un taxi y salí rumbo al liceo, mi hermano era un imbécil. Un gran imbécil, qué si creía que dejaría que me envenenara estaba muy equivocado. Traerme al instituto es algo que no iba a hacer jamás en su maldita vida. Ya que arruinaría su reputación, el maldito desgraciado presumido.
Miré mi brazo, y visualicé el brazalete que me regaló él, mi hermano, cuando cumplimos seis años. Me pregunté por dentro si él conservaba el suyo. Tuve que quitarme un poco esas ideas de mi cabeza. Llegué bastante rápido, y no lo note hasta que me di cuenta que Belén y Anto —mis mejores amigas—, me esperaban en la entrada. Somos amigas desde el Jardín de niños y eso me encanta, ellas son lo mejor que tengo.
Es cómo si volver al pasado fuera tocar el fuego con los dedos.
—Hola chicas —murmuró hacía mis amigas, luego fuimos a ver los horarios qué nos tocaban. Sin dudarlo, sentir de nuevo aquellos recuerdos me ponían los pelos de punta. Y nostalgia sentimental.
Nuevamente pérdida en séptimos sentidos.
Tras mirar mis horarios, me di cuenta que sólo compartía clases con Anto, ya que Belén no estaba en nuestro mismo grupo. Me sentí triste por separarme de una de mis amigas.
Y por la mala suerte, del karma de los karmas, si bien no estaba con mi hermano, si compartía grupo con sus amigos imbéciles. Un día muy largo, por lo visto. Entré a clases resignada, más que resignada a no seguirle el juego y no darle el gusto. Me senté con Anto, a los minutos de compartir una conversación interesante, entró la profesora de Literatura.
Siempre con el rostro en alto, como si fuera la Reina Isabel.
—Alumnos —farfulló—, hemos arreglado con los profesores de Literatura, y habrá nuevos lugares para todos. Cada profesor decide con quién sientan a cada uno. Cero protestas y quejas, dónde quedan se quedan.
Yo estaba nerviosa, no sabía como actuar, ya que lo peor que me podía pasar, era que me sentaran con un popular. Lo que menos quería era una vida cliché, yo quería una vida normal. No de esas novelas juveniles, una normal. Normalita.
La profesa comenzó a apuntar a cada uno.
—Curbelo, siéntese con Castro. Usted, señorita González, siéntese con Rodríguez —mi amiga se levantó y se fue a sentar con Rodríguez, que es un amigo de mi hermano. En cambio, Curbelo se sentó a mi lado, que da la casualidad es amigo de mi hermano.
Tenía ganas de golpearme la cabeza contra la mesa. No lo podía creer.
Ni un poquito.
La clase pasó de desapercibida, pero lenta. Había temas aburridos, relacionados a la raíz cuadrada de la nada. La profesora nos dio un sermón, de que si nos cambiábamos de lugar, habría un castigo. Curbelo no me dirigió la palabra ni un segundo, ni se giró para mirarme.
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Amor de Hermanos
Teen FictionJulieta y Bruno son mellizos, inseparables con un lazo único que los une: un sentimiento llamado «amor». Pero la adolescencia, rompe ese lazo inseparable. Convirtiéndolo en odio, y en una guerra interminable. Ambos hermanos, comienzan una pelea por...