유독 한 ; toxic ;; yoonmin [pausada]

•10•

  El pequeño rubio miró a su alrededor, para luego soltar un pequeño bufido y dejar sus maletas. La habitación en la cual se encontraba sólo contaba con un catre, una mesita de noche y una pequeña cómoda. Aún así, no podía estar más agradecido con la pareja al permitirle ocupar la habitación de invitados del pequeño departamento en el cual vivían.

  De pronto, escuchó unos suaves golpes en la puerta, la cual se abrió para dar paso al atractivo y juvenil rostro del novio de TaeHyung, JungKook.

  — Solo quería decirle que con Tae iremos al supermercado, no sé si quieres que compremos algo para usted...

  El más bajo negó, para luego sonreírle con amabilidad— Ya es demasiado con que me permitan quedarme aquí. De todos modos, muchas gracias.

  El pelinegro asintió— Sabe que para mí y Tae esto no es ningún problema, hyung. Es más, me alegro de que esté aquí. No nos conocemos muy bien pero... espero nos llevemos genial.

  — Claro que sí.— dijo el mayor, para luego agregar— Y, por favor, dime JiMin.

  JungKook sonrió, y asintió para luego cerrar la puerta y dejar al rubio nuevamente solo.

  Se sentó en el abultado colchón, y se tendió para fijar su mirada en el cielo raso. Dios, había sido tan repentino y difícil. Ni él podía creerlo. Luego de esa ducha, YoonGi lo había mirado fijamente a los ojos, lo había besado y le había dicho que debía irse antes de que todo empeorara. Luego de eso, salió sin mirar atrás. Sin despedirse. Había hecho sus maletas entre lágrimas de alivio y dolor, para luego darse cuenta de que no tenía ningún lugar al cual ir. Bendito sea el momento en que le había dado su número a TaeHyung–pensó el rubio mientas recuperaba su celular, el cual YoonGi había dejado apagado sobre la mesa de su pequeño comedor–, ya que ahora tenía su número, y podía recurrir a él por ayuda.

  La imagen de YoonGi saliendo por la puerta del departamento todavía estaba fija en su memoria, inquietando su corazón de una manera que sabía no era sana. Incluso en ese momento, estaba preocupado por él. ¿Se alimentaría bien, qué pensaba hacer? Dios, él simplemente no podía dejar de pensarlo, de buscarlo con la mente insistentemente.

  Mordió su labio y rodó hasta quedar boca abajo, tomando la almohada y hundiendo su rostro en ella.

  — ¿Por qué lo hizo...?— su voz sonó ahogada por la almohada.

  No lo entendía. Sabía que YoonGi había tenido una infancia difícil, pero jamás habían hablado de ello en profundidad. El azabache evitaba el tema a toda costa, siempre desviando la atención a otros temas, cosa que nunca había pasado desapercibida para el rubio. Al principio, había pensado que simplemente no le tenía confianza, pero llegó a la conclusión de que era demasiado doloroso para él el hablar del tema, o simplemente recordarlo. Su mirada de volvía turbia, su gesto impasible y sus manos se crispaban. Suponía que parte del trastorno que probablemente tenía YoonGi era debido a sus problemas durante la infancia.

  JiMin sabía que YoonGi necesitaba ayuda, él no era alguien malo, el rubio era consciente de ello. Pero también sabía que el convencer al mayor de buscar ayuda profesional sería algo muy complejo, debido a su personalidad cambiante y poco clara.

  Sintió su garganta arder, abrazó la almohada mientras las lágrimas inundaban sus almendrados ojos— Sé que no eres malo, Yoonnie. Tú solo estás... muy herido.

  Él realmente estaba muy lastimado, el rubio sentía que YoonGi estaba roto, que le habían hecho mucho daño en algún momento de su vida, y que por lo mismo tendía a dañar a los demás.

  Pero... ¿Debía hacerse responsable él de ello? ¿Debía tratar de ayudarlo, o simplemente debía alejarse antes de resultar más herido?

  En ese momento sus golpes parecieron hacerse más presentes que antes, el dolor en su cuello y brazos asentuándose repentinamente. Pero, además de eso, los recuerdos de los dulces besos de mariposa que hacían su piel estremecer, sus sonrisas esquivas y hermosas, y esos ojos... Esos ojos que eran tan cambiantes, que a veces lo miraban con amor y otras... Otras veces lo asustaban por la posesividad con la que lo miraban.

  Sintió como una risa quebrada escapaba por su garganta, la cual terminó en suaves sollozos— Dios, estamos tan jodidos...

  ¿Debía luchar...?