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¿Por dónde iba? Ah, sí. Llegué a la estación de Atocha, donde me esperaba mi tía Noemí. Llovía a cántaros. De seguida la reconocí en la salida del andén: su media melena color castaño oscuro, con alguna que otra mecha más clarita, seguramente para cubrir unas canas que empezarían a asomarse. ¿Cuantos años tendría mi tía? Era mayor que mi madre, rondaría los cincuenta. 

Noemí me recibió con un abrazo y con una sonrisa, que yo correspondí algo forzadamente. ¿De qué manera la habrían sobornado, para que una mujer como ella aceptara esa "adopción temporal" de una chica de 18 años?

Nos subimos a su coche. Primera sorpresa: no era un coche, era un cochazo. La verdad es que tengo muy mala memoria con los coches. Nunca me quedo ni con el color, ni con la marca. Incluso estando dentro, a veces no me acuerdo de como es el coche por fuera. Muy bizarro todo, lo admito. Pero sé que el suyo tenía la pinta de valer un pastizal.

No tardamos más de media hora en llegar al pueblo.

—¿Sabes algo del pueblo, Ana? —preguntó Noemí, mientras pasábamos el cartel que indicaba el nombre de la población.

—Bueno, he hecho mis investigaciones en Google —admití. —Sé que no tiene muchos habitantes, que es un poco lo que vendría a ser una "ciudad dormitorio" para gente que trabaja y estudia en Madrid. ¿Voy bien?

—Vas genial —asintió mi tía con la cabeza. —También es un escape para la gente que está cansada de vivir en ciudades estresantes, pero que necesitan tenerlas cerca; como es mi caso.

Pasamos varias calles del pueblo, sin desviarnos de la carretera principal. No le vi nada especial. Podría ser cualquier zona tranquila de un barrio de Barcelona. Como llovía tanto, no había prácticamente nadie por la calle, lo cual me produjo algo de tristeza. No sabía si estaba preparada para vivir lejos del bullicio de la ciudad.

—¿Estás bien? —preguntó Noemí, mirándome de refilón.

—Sí, sí. Solo un poco cansada después del viaje —fingí sonriendo.

—Bueno, enseguida llegamos, pequeña.

—Noemí! —exclamé ruborizada. Ese era el mote por el que me solía llamar cuando teníamos más relación. —Ya no soy tan "pequeña" —dije, haciendo las comillas con los dedos.

Ella se puso a reír a carcajadas. Lo había hecho a posta para romper el hielo, y se lo agradecí. Miré por la ventana del automóvil. Parecía que nos alejábamos un poco del pueblo. Una carretera no muy bien asfaltada rodeada de árboles. Al cabo de unos minutos entramos por un caminito de piedras, un desvío a la izquierda de la carretera, y enseguida pude ver la casa.

Flipé, tal cual. 

Mi residencia temporal era un casoplón de mucho cuidado. Lo primero que me llamó la atención, a parte del tamaño, fue que la casa estaba completamente entre la vegetación. Había arbustos y árboles rodeándola, quitando el caminito de piedra que permitía acceder a ella y la entrada. Destacaba porque era blanca, y tenía el tejado negro. En la entrada tenía un porche, con un sillón de esos que son como un columpio y que yo solo había visto en películas y revistas de decoración. Podía imaginarme a Noemí leyendo allí.

Mi tía aparcó el coche en medio del camino y salió para abrir el maletero. Yo la seguí. Afortunadamente, llovía menos. De todas formas, el día gris y nublado no ayudaba a que mi humor fuera el óptimo. Si no fuese por esa pequeña excitación de descubrir un lugar nuevo, seguramente estaría teniendo un día horrible.

—Bueno, bienvenida a casa —dijo con una sonrisa de satisfacción mientras sujetaba la puerta para que yo entrara.

Wow. Wooow —repetí.

Que lo bueno está por llegar 🦋 || WARIAMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora