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"Lo haces por Aitana, lo haces por Aitana, lo haces por Aitana", me repetí una y otra vez, aparcada delante de la casa que los Ocaña tenían en la playa.

Me había sacado el permiso de conducir en los últimos meses, y había preferido ir en mi coche, directa a la casa, que no ir a Madrid y subir luego en el coche de Miriam. Además, la playa me quedaba a dos horitas, me quedaba más cerca.

Había sido mi primer trayecto largo sola, pero entre los nervios y todo lo que sentía por dentro, se me había pasado en un abrir y cerrar de ojos. Cantando con la radio y con el buen tiempo que hacía, me había envalentonado un poco, pero toda mi seguridad se había caído al suelo al aparcar al lado del coche rojo de Miriam.

Hacía un par de horas que habían dicho por el grupo de WhatsApp creado para la ocasión, que ya estaban en la casa; y yo llevaba media hora sentada en el coche como una estúpida porque no sabía si estaba preparada para pasar un fin de semana en el mismo espacio que Miriam.

Sin embargo, tenía que entrar; así que me repetí el último "lo haces por Aitana", y salí del coche.

Mientras abría el maletero para sacar mi maleta miré hacia la casa: blanquita, muy mona, y no especialmente grande, con un patio trasero que por lo que me habían dicho, daba a una piscina comunitaria.

Respiré profundo y llamé al timbre. Me estaba pasando de dramática, por favor. Que no era para tanto, pero es que joder...

—¡Mi Anita! —gritó Alfred al abrir la puerta, antes de abrazarme fuerte, haciendo que mi maleta se cayera al suelo.

Al abrazo se le sumó Amaia, con una sonrisa enorme, y a mí enseguida me empezaron a doler los brazos de tanto apretarles a los dos.

En cuanto nos separamos, vi a una Nerea sonriente que me dio dos besos y un pequeño abrazo. Se veía más mayor, más madura.

—Buah Ana, qué guapa estás —dijo Amaia, mientras Nerea asentía.

—¿Y vosotras? Estáis súper bonitas, de verdad —les dije yo, girándome para recoger la maleta y entrarla en la casa.

—Hola.

Levanté la vista para mirar hacia el fondo del pasillo, por donde se acercaba Miriam a contraluz; y casi me caigo al suelo de la impresión.

Con una camiseta amarilla y una mini-falda tejana con un cinturón, tan guapa sin ni siquiera esforzarse en ello.

Llevaba la melena tan perfecta como siempre, quizás un poquito más corta, y llevaba sus aros de plata que básicamente solo se quitaba para dormir y ducharse.

Los demás me seguían hablando y haciendo comentarios entre ellos, pero yo solo podía ver cómo Miriam se acercaba lentamente con algo de timidez en su rostro, derivando en una sonrisa igualmente tímida. Y qué bonita era, joder.

Intenté sonreír, pero cuando estuvimos la una en frente de la otra, se puso el ambiente un poco raro, y pareció que el tiempo se paraba durante los segundos en los que pensábamos cuál sería el saludo adecuado.

—Hola —respondí.

Miriam se inclinó para darme dos besos, y mientras me los daba, no pude evitar abrazarla. Fue un movimiento mecánico, casi involuntario, y me maldecí a mí misma mientras lo hacía; pero ella me devolvió el abrazo, e incluso apoyó su cabeza en mi hombro, haciendo que me perdiera en el olor de su pelo y cerrara los ojos.

Y ese era el reencuentro que tanto me había estado inquietando los días anteriores.

—¿Le enseñamos la casa a Ana? —preguntó Nerea, mientras nosotras dos nos separábamos algo avergonzadas por aquél abrazo, que había durado mucho más de lo que sería normal.

Que lo bueno está por llegar 🦋 || WARIAMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora