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Con quince años tenía la vaga esperanza de curar.

Michael, el chico del endemoniado hoyuelo estaba en mi escuela, era mi amigo y para empeorar la situación me gustaba.

Mis madres iban a matarme.

—Anne es tan ardiente —Alcé una ceja en dirección a Emma —Con esas colitas de niña buena, debe esconder una fiera en su interior y yo sé cómo domarla. ¿Crees que saldría conmigo?

—Pregúntale como la gente normal Emma —Me lanzó una mirada de aburrimiento — ¿Crees que Michael también es ardiente?

Emma se detuvo y yo también lo hice. Mierda.

— ¿Michael? ¿El cerebrito y futuro Romeo de la profesora Preston? —Me miró como si estuviese loca, mis manos empezaron a sudar cuando no dice algo más. Una sonrisa perezosa curvó los labios de mi amiga — ¡Eres una maldita listilla! Demonios casi me la creo, estás loca. Debes tener cuidado con esa boca, algunas personas son estúpidas para los chistes.

Emma pasó su brazo sobre mis hombros y me animó a caminar de nuevo.

—Y tu cara, Jesús era perfecta. Deberías ser comediante o algo así. Lo cierto es que si el señor Michael fuese mujer probablemente estaría en el puesto nueve de la tabla de ardientes —Mis cejas subieron con sus palabras — ¿Qué? No podríamos calificarlo es un hombre, lo bonito no se le quita pero sería medio raro comentar su físico. Me toca historia, te veo luego.

Soltó su agarre y corrió hacia su clase.

Raro, hombre, no deberíamos.

Si, era medio extraño calificar a un hombre. El problema es que para mí no era un problema, sentía que era algo completamente normal.

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