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Las semanas pasaban con una lentitud inquietante, cada noche ahogaba los gritos de dolor en mi almohada. Pinceladas de un color oscuro surcaban alrededor de mis ojos, fue muy fácil mentir sobre mis ojeras a Carly.

Las manos entrelazas de Ryan y Michael eran un verdadero martirio, esquivaba las miradas de este último constantemente. Emma sospechaba, siempre daba un suave apretón a mi mano al presenciar un beso entre esos dos.

No quería sentir, dolía, dolía mucho. Me aferraba a Oliver y Evolet, por ellos y solo por ellos, intentaba volver a vivir. Tal vez por Carly un poco, al final es mi madre y siempre querría lo mejor para sus hijos.

Solo tenía quince años, era una pequeña jovencita, tal vez fue mi inmadura ingenuidad la que me hizo creer en un final feliz. Debí tener más cuidado.

En muy poco tiempo descubrí el amor, eso que revolotea en nuestro pecho y saca pequeñas sonrisitas de nuestros labios. Irónicamente la persona que hizo latir con rapidez mi corazón, lo envolvió en las más oscuras cenizas.

—Audrey —Evolet acariciaba mi cabello —Eres joven, él también lo es. No deberías guardar tanto rencor en tu corazón, pues este se volverá en tu contra.

Tenía razón, no odiaba a Michael, no podría. Sin embargo las punzadas de decepción y tormentosos recuerdos no dejaban perdonar.

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