Melodía

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Pensé que solo los ángeles podían entonar cánticos celestiales... Y, entonces, tú hablaste.
Tu voz era una llamada meliflua que invadió mi ser y endulzó mi alma.

—Hola. —dijiste sin mirarme y me volví adicto a la magia de tu voz.
—Hola. —articulé fingiendo serenidad—. Te he saludado muchos días, pensaba que no querías hablarme.
—Lo siento, —dijiste y luego agregaste con una risita—. No te ví.

¡Qué fuerte eras!
Aún viviendo en penumbras eras capaz de irradiar tanta luz.
—Llevo mucho tiempo caminando por esta calle y hace poco te vi.
—No vivo aquí —dijiste, localizaste mi posición con el sonido de mi voz—. Esta es la casa de mi hermano y su esposa.
—Oh, ya veo.
—Nuestra madre está de viaje, y por ahora yo me haré cargo de ella. —dijo tu hermano. Me miró y notó el interés que yo ponía en tí.
Asentí y me pareció un sueño.
No sé cómo pasó, pero gracias a ese momento, dos días seguidos fui capaz de saludarte cuando pasaba y te hallaba frente al sol que se colaba por tu alta ventana.
— ¡Hola! — exclamaba y tú, rígida y bañada de sol, levantabas una mano y respondías con un hilo de voz dulce:
—Hola.

¿Habría escuchado un ruiseñor tu voz?
Seguro te veneraría.

A primera vistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora