Para conocer un color, hace falta más que palabras.
Eso fue lo que le dijiste a Luis para que te permitiera salir más a menudo, y él, evidentemente, no había podido negarse.
—A veces funciona. —me dijiste una vez, mientras caminabas cogida de mi brazo.
— ¿Qué?
—Usar tus palabras. Siento que cada una es una... —hiciste una pausa para buscar en tu almacén sinestésico, pero no hallaste la palabra correcta. Yo atiné a ayudarte.
— ¿Estrella?
—Eso. —me habías escuchado muchas veces decir que las estrellas eran haces de luz que servían de guía a mucha gente—. Tus palabras son mis estrellas.Iba a decirte algo, pero justo pasamos por el jardín de la señora que me había regalado el clavel tiempo atrás. La señora estaba quitando la maleza y, al vernos, alzó una mano.
— ¡Buenas tardes! —dijo.
—¡Buenas tardes!
— ¿Quien es? —me preguntaste, aferrada a mi brazo.
—Es la señora que nos regaló el clavel antes.
—Has traído a una joven muy bonita hoy. —nos sonrió la mujer. Y yo, sonriente le respondí:
—Es la chica de la que le hablé.
— ¡Oh! La amante de las flores.
—Si.
—¿Qué te pareció mi clavel? —se dirigió a ti que, un poco tímida respondiste:
—Olía muy bien. —la señora, con su amplio sombrero y sus guantes amarillos de jardinería volvió a regalarnos su risa senil y contagiosa.
—Aquí tengo algunos más. ¿Quieren pasar?Nos abrió la portezuela, y se mostró tan emocionada que no pudimos negarnos.
En el jardín trasero, también tenía un huerto maravilloso donde figuraban un montón de arbustos más. Había una mesita de madera de ébano en medio donde reposaba una tetera con el té aun caliente. Era una casa enorme para una anciana tan menuda y sola.
Yo me ofrecí a arrancar las malas hierbas mientras ustedes charlaban. La señora se afanaba en llenarte una cesta con todas las flores y frutas de su cosecha a pesar de que le decías que no se tomara las molestias.
Pero era imposible negarle algo a esa mujer.
—¿Por qué vive sola, señora? —te atreviste a preguntar luego de oler todas las flores que ella había recogido para ti.
—Mi esposo murió hace dos años. Estuve viviendo con mi nieta, pero ella tuvo que irse a estudiar. Es hermoso tener compañía, pero aveces hay que acostumbrarse a que el cielo esté despejado.
—¿Se siente sola?
—Aveces es un poco triste, pero no hay nada que no lo cure una buena tarde charlando con un par de jovenzuelos tan interesantes. —ambos nos reímos.
Tu meditaste un momento, sin embargo, a diferencia de mi que siempre esperaba expectante a que me contaras qué había pasado por tu cabeza, ella no te concedió la oportunidad.—¿Cual es tu nombre? —inquirió, sacándote de tu ensimismamiento.
—Nirelle. ¿Y el suyo?
—Puedes llamarme Zonia. No eres de por aquí, ¿verdad?
—No. Estoy de visita en casa de mi hermano y su esposa. No había tenido la oportunidad de pasearme por el lugar hasta que conocí a Alex, así que no estoy muy familiarizada con el entorno.
—Hay un parque a dos cuadras. —señaló Sonia—. Yo siempre voy a comprar abono para mis plantas en las tardes, suele haber mucha gente, ¿te gustaría venir mañana?
— ¡Si!... Bueno, si Alex puede acompañarme.
—Por mi no hay problema. Yo siempre estaré feliz de llevarte a donde desees.
—Gracias. Entonces, nos vemos mañana, señora Zonia.
—Hasta mañana.
La mujer tomó tu mano y la estrechó.De vuelta a casa, con el pelo lleno de flores y una sonrisa surcándote el rostro, le contaste tu aventura a tu hermano, que se mostró muy comprensivo ante tu petición de salir también al día siguiente.
Creo que ya empezaba a confiar en mi.—Hasta mañana, Nirelle.
—Espera... —me acompañaste hasta la puerta y me hiciste una pregunta que parecía estar dándote vueltas en la cabeza desde hacía tiempo—. ¿Qué quiso decir la señora Zonia con que "hay que acostumbrarse al cielo despejado"?
—Supongo que se refiere a no tener personas cerca todo el tiempo. Aveces el cielo está congestionado de nubes blancas, o de aves que vuelan por todas partes, e incluso, en las mejores ocasiones se encuentra plagado de ambas maravillas... Pero, de momentos, se despeja y se vuelve claro, sin nada que entorpezca la visión del color azul. Yo personalmente creo que es como dice la señora Zonia, creo que cada uno tiene su propio cielo.
—Qué triste. —no tuviste que decirlo, porque yo supe que habías pensado en que tu cielo, a pesar de todo, era oscuro y no podías ver las aves que volaban en él, ni las nubes que lo encapotaban.

ESTÁS LEYENDO
A primera vista
Roman d'amourEs fácil emorarse cuando se han visto sonrisas y compartido estrellas en el cielo... ¿Y qué pasa cuando debes amar a ciegas? . . . 💛Ganadora del 3er lugar en la categoría ROMANCE de GID Editorial, 2021.🌻 . . . La reproducción parcial o total de es...