Azul

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Antes de llegar, el olor salino del mar te inundó las fosas nasales.
—Estamos cerca. — vaticinaste, sonriendo ampliamente.

Sin embargo, tu regocijo fue aún más maravilloso cuando llegamos. El sonido de las olas y las gaviotas te pareció el mejor de los conciertos.
Te ayudé a quitarte los zapatos y a entrar los pies al agua cálida mientras Ángela te fotografiaba desde la meseta de una alta roca.

Tu vestido de flores era tan largo que tuve que ayudarte a sostenerlo mientras caminabas por la orilla.

Tu gesto de felicidad para mi no tenía precio.

Arrastrabas los pies creando surcos en la arena, te agarrabas de mí para meter la mano al agua y luego llevarte los dedos húmedos a la boca para saborearla, esperabas a que las olas te hicieran cosquillas en los pies y luego hacías una pregunta:

¿Hasta dónde llega? ¿Qué pasa si sigo caminando? ¿Hay peces?...

Al cabo de un rato, te detuviste y te quedaste en silencio, como cavilando.
—Ya sé cómo es.
—¿Qué?
—El color azul. ¿No recuerdas? Sinestesia. —señalaste como si fuera evidente. Yo te sonreí aunque sabía que no podías verme.
—Dime, cómo es.
—Es inmenso y huele a sal. Se siente... ¿algo puede sentirse cálido y frío al mismo tiempo?
—Si. El mar es así.
—Bueno. Es como tener cosquillas en los pies y viento azotando tu cuerpo.

Ese día empezaste a construir un mundo que no sólo albergaba voces y texturas.

Empezaste a recolectar las perlas de tu propia cuenta de colores.

Y yo me encargaría de que, pronto, tuvieras en tu mente un almacén al que acudieras cuando alguien te diga:

—¡Qué hermoso es este cielo azul!

Yo sería responsable de que conocieras también mi mundo.

A primera vistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora