Sonrisa

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—Alex —me llamaste después de haber olido la flor de esa tarde—. ¿Podría conocer tu rostro?

Ángela, la esposa de tu hermano, me indicó que debía acercarme para que me vieras con tus manos.

Me sentía nervioso y feliz.
Iba a poder sentir el toque de tus manos, en lugar de sólo observarlas.
Dejaste la flor sobre el manto que cubría tus piernas y extendiste tus dedos largos hacia mi rostro.

Primero delineaste mis ojos, la longitud de mi nariz y mis cejas pobladas, la abundancia de mi pelo negro, y el contorno de mi amplia sonrisa.
Te demoraste en mis labios más tiempo.
Más tarde me confesaste que nadie más había sonreído mientras lo veías. Tal vez yo era muy tonto o muy gentil.

Pero era la primera persona que no sentía lástima por ti.

—Eres guapo. —me dijiste y yo me reí.
No quería que alejaras tus manos suaves de mi rostro.

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