Verde

79 11 15
                                        

Pude contactar con el maestro Hernán Gómez, el profesor de música no vidente.
La sonrisa que me dedicaste en cuanto te lo dije fue encantadora y placentera.

-Lamentablemente no podré estudiar música con él —dijiste—. Mi madre está apunto de regresar de su viaje y me iré de nuevo a mi ciudad. Pero yo estaré muy feliz de poder conocer una persona tan inspiradora.
-Me alegra mucho.

No era cierto del todo, no me alegraba nada que tuvieras que marcharte, pero no lo dije.
Te entregué un ramo de peonías y te deleitaste acariciándolas cada una.
-Reservé una cita el domingo, antes de su presentación en el Teatro Nacional.
-Es un día perfecto. -dijiste-. Estoy segura de que mi hermano dirá que si.

Me fui a casa esperanzado.
Esa noche me llamaste para decirme que tu hermano había aceptado y que esta vez iríamos solos.
-Como una cita. -dijiste. Yo me emocioné.
-Eso es increíble, Nirelle. Te prometo que será la mejor cita de tu vida.
-No es como si haya tenido muchas. -te reíste-. O, espera, ¿Las citas con el doctor cuentan?
Nos reímos y luego yo dije:
-Seré mejor que ese tal doctor. No te vas a arrepentir.

No lo supe entonces. Pero del otro lado de la línea te sonrojaste.

Cuando llegó el día esperado, pasé por ti en la tarde y tu hermano me interrogó como siempre.
-¿Terminará muy tarde?
-Si, pero la traeré antes.
-Bien. Confío en ti. Mi mamá me mataría si sabe que no los acompaño.
-Tranquilo, hermano. Él me cuida.

Me quedé perplejo mirándote bajar las escaleras del brazo de Ángela.
Llevabas el pelo suelto sobre los hombros y un vestido verde bastante ceñido. Se te notaba incómoda fuera del confort de tus vestidos de algodón y tus largos suéteres.
-¿Ya es hora?
-S-si...

Cuando estábamos en el coche localizaste mi brazo y lo tomaste.
-Es la primera vez que salgo sin un miembro de la familia. Y a esta hora.
-Estas conmigo.
-Lo sé. -me mostraste tu sonrisa.
-Y estas hermosa. Pero yo no necesito ésto. Para mi es suficiente que me sonrías y elogies mi flor.
-Ángela dijo que estaba bien.
-Está bien. Pero ¿no te sientes incómoda?
-Bueno, un poco.
-Toma. -te puse mi abrigo sobre los hombros y te acurrucaste bajo él como un cachorrito con frío. Yo volví a tomar tu mano y tu me correspondiste.

Qué felices éramos sólo con eso.

Cuando llegamos, estaban dando los últimos toques al escenario. Un hombre nos llevó hasta el maestro de ceremonias que se afanaba afinando un violín.
-Buenas tardes. -le dije-. ¿Es usted el Señor Hernán?
-Así es.
-Yo soy el que le habló hace unos días. He venido con mi amiga.
-Ah, ¿También eres ciega, chica?
-Si.
-¿Cuál es tu nombre?
-Nirelle.
-Deja que te vea.

Tomé tu mano y la acerqué a la del hombre. Él se levantó y llevó las suyas a tu rostro. Se veían diestras y de dedos ágiles. Eran realmente las manos de un músico.
-Señor Hernán, quiero saber cómo logró llegar hasta aquí. -le preguntaste.
-Con mucho esfuerzo, niña. Este mundo está construido por gente que no tiene dificultades, y cuando hay alguien como tú o como yo o alguno de mis chicos, se sorprenden y nos tildan de incapaces. Nos llaman discapacitados. Te haré una pregunta, ¿eres discapacitada?

Noté cómo vacilabas antes de responder, insegura:
-No, señor.
-Seguro. Tal vez hay muchas cosas que eres capaz de hacer, pero no te atreves porque siempre te dicen que no puedes, que no tienes la capacidad suficiente.
El violín se hizo para ser tocado con las manos, sin embargo, tengo una alumna que utiliza sus pies y es la mejor de mi orquesta. ¿Lo creías posible?
-Si, lo creo.
-Entonces déjame decirte algo muy importante, la clave de todo: Eres capaz de hacer todo lo que te propongas. Imponte, háblate a ti misma y no te ajustes a ningún límite. No podemos ver, es cierto. Pero eso no significa que no tengamos talento. ¿Hay algo que te gustaría hacer?
-Si. Quiero... escribir un libro.
-Entonces hazlo. Esta noche cuando llegues a casa, no serás una chica que no puede ver, una discapacitada a los ojos del mundo. Serás una gran escritora y, si lo decides así, vas a triunfar.
-Eso haré. Muchas gracias, señor.
-Chico. —me llamó.
-¿Si? -dije.
-Necesitará tu apoyo.
-Así será. Gracias por sus palabras.
-Cualquier cosa que necesites, estaré disponible. Yo no sé mucho de libros, pero soy bueno dando consejos. ¿Se quedarán para el espectáculo?
-Si.

Cuando nos dirigimos a nuestros asientos te vi sonreír.
-Sabía que te gustaban los libros, pero no que querías escribir uno. -me atreví a comentar ante tu leve rubor.
-Si. Es mi único sueño de verdad.
-¿No hay algo más que quieras hacer?
-Si. También quisiera verte.

Me quedé callado. No sabía que responder a eso.
Estabas pálida y hermosa y te acurrucabas bajo mi abrigo como si fuese un escudo que te protegiera del mundo.
El vestido verde te ceñía como el pasto a un valle y te veías tan hermosa como los campos en primavera. Yo era tus ojos y me tomé enserio mi trabajo guardando tu imagen como una fotografía en mi memoria.

Poco después la función empezó y admiramos juntos todas las piezas que la extraña orquesta tocaba.
La música resultó acogedora, como un río aveces bravo y aveces sereno cargado de sonatas dulces y altibajos que llegaban al corazón de todos los que se encontraban expectantes. Somos fuertes, parecían decir con cada décima.

Salimos mucho antes de que la orquesta tocara todas sus piezas, por lo que que no tuvimos ocasión de despedirnos del señor Hernán. Sin embargo la última pieza que escuchamos fue tan emotiva que cuando caminábamos  de regreso a tu casa, te limpiabas una lágrima.

Aún quedaban unas horas antes de que regresaras con tu hermano, así que aproveché para llevarte a un café cercano.
—Fue muy hermoso. —tu sonrisa no tenía precio, estabas bañada de la luz de  luna que caía sobre la terraza solitaria en la que estábamos.

—Son unos excelentes artistas. —asentí. 

Diste un sorbo a tu taza antes de preguntarme:
-¿De qué color es mi vestido?
-Es verde.
-¿Puedes describirlo?
-Bueno... Es como... Cuando llueve en el bosque. Como el soplo del viento y el piar de los pajaritos que revolotean de una rama a otra. 
Oh, vaya. —te permití el acostumbrado momento en el que procesabas lo que habías aprendido y lo guardabas en tu bóveda mental—.  Ha de ser muy bonito. 

-Las hojas y ramos de las flores también son de color verde. Imagina tu flor asomándose desde un largo tallo del color de la lluvia en la foresta.
-Lo imagino. -Volviste a cavilar y luego dijiste, como comprendiendo todo con claridad—: ¡Mi flor es hermosa!

-Tu pareces una flor. —no pude evitar confesarte—. Una flor blanca y pura, de largos pétalos de colores y un hermoso vestido verde como sépalos delicados. Si pudieras verte...
-Tu ves por mi.
-Y es lo que me hace más feliz en el mundo.

Ambos sonreímos. Era demasiado rápido, lo sé, pero quería estar aún más cerca de ti. Tu volviste a localizar mi mano y de ahí ascendiste a mi rostro. Yo hice lo mismo.
Tu temblabas y eso me puso nervioso.

Dios mío. Tus labios estaban tan cerca de mi...

-Yo... quiero hacer algo. Pero no quiero que te sientas incómoda conmigo.
-No podría.
-¿Puedo hacerlo?

Estabas nerviosa. No respondiste y yo iba a alejarme, pero no me soltaste.
-Si. Por favor.

Ambos eramos unos manojos de nervios y temores.
Me acerqué y di un beso fugaz, lleno de miedo y ternura.
Pero no fue suficiente. Quería robarme la textura y el sabor de tus labios y dejarte sin aliento, pero tampoco quería asustarte.

De pronto, tus dedos bajaron a mi boca y me acercaron una vez más a la tuya, entonces nos besamos de verdad, con confianza, intensidad y, más que todo, ternura.
Yo me salí con mi cometido y asalté tu sabor que permaneció conmigo toda la noche y todo el día siguiente, aún después de que te devolví a tu casa y fingiste estar cansada para que tu hermano no te hiciera muchas preguntas.

Tú eras una flor. Y sin duda, yo te había elegido para perfumar mi vida.

A primera vistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora