E l _ c a m i n a n t e . (intro)

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Julio de 2093

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Julio de 2093.


Ya son cerca de las siete y media de la noche.

Ya la multitud en derredor, cansada y muerta de hambre después de otro día de trabajos, se dirige a empujones y carreras a sus casas. Perfecto es el tiempo para que, advirtiendo el final de la jornada, las luces de neón y las luminiscencias exageradas de los grandes logos de publicidad comiencen a brotar como diminutas flores desde el punto del horizonte ya cubierto por las nubes de lluvia, hasta llegar a la última franja visible del sol. Empieza a sentirse una ligera brisa de humedad y se maldice a sí mismo por no haber aprovechado la oferta de sombrillas. No hay nada que hacer, el dinero se acabó.

Lluvia. Fantástica y maldita lluvia.

Un relámpago de luz azul cayó a lo lejos para marcar la silueta de los rascacielos, como si fuera una especie de carta de presentación, para hacer alarde de la gigantesca extensión de la majestuosa Tokio Reunificada del Occidente; esa metrópoli que alguna vez en las historias pasadas fue un punto de encuentro entre oriente y occidente y ahora, catorce años después de aquella guerra de poderes y egos tremendos hambrientos de estar en la cúspide de la economía, era todo un monumento a la victoria ultra predecible del oriente. Eso sí, por debajo y por encima de la ambientación y los elementos de corte nipón, se asoman los invasivos anuncios de Coca cola, hamburguesas con papas fritas y hasta pomadas para el trasero (uno tras otro), junto a los letreros enormes de ofertas y el espantoso ruido de un choque de dos autos terrestres, que satura el paisaje todavía más que el ir y venir de transportes aéreos y taxis voladores. Todo amontonado, todo combinado, todo estético, puro y bello en cierto modo, para quien guste de la enfermiza urbanidad.

Aquí la guerra ya se ha acabado. Aquí ya todo se homogeneizó de nuevo, aunque con otro nombre. Aquí en la zona mejor posicionada de la ciudad hace mucho que los escombros fueron levantados y los edificios viejos quedaron como chozas pequeñitas entre las nuevas construcciones. El caminante todavía se acuerda, observando sin observar, del departamento que ocupó alguna vez en un condominio de cristales azules que se alcanza a distinguir. Todavía está recorriendo su camino antiguo, viendo a los niños que salen alegres del turno escolar vespertino con sus uniformes de marineritos y arrastrando a sus cansados padres hasta que, al adentrarse por unos callejones hasta llegar a una calle sin iluminación, de pronto sabe que ya está por fin donde el diablo y la mala suerte lo han escupido.

Cuando las calles limpias desaparecen y el olor a tierra mojada lo saluda por la calle, sabe que ha llegado a tierra de casi literalmente, nadie.

La zona baja.

Éste era su nuevo hogar.

Sería racista decir que la zona baja es exclusivamente migrante, pero es que lo es. Y cómo no, en este país hoy por hoy la minoría es la "raza blanca" puramente americana. Al contrario de Europa, donde la aplastante mayoría musulmana extingue poco a poco los vestigios de la cultura progresista, en América asiáticos, negros, europeos, latinoamericanos, los mismos blancos y hasta africanos se han mezclado como en una sopa de verduras. Los techos de las casas evocan el periodo Edo, pero hay música de cumbia y mariachi, rubias nórdicas de ojos azules y muchas personas con la piel canela pero de ojos lindamente rasgados. Todos son buenos vecinos de todos. Pero es tierra de nadie porque aquí la gente se gobierna casi sola.

SILICIUM. (Sci-Fi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora