CAPÍTULO XX

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RECUERDOS

— ¿Qué? ¿Cómo es eso de que te vas mañana?— el joven apartó la mirada del sartén y la posó sobre él. Lo examinó por largos segundos, sin perder el asiduo movimiento de sus manos al balancear la salsa rojiza contenida en la olla.

Abrió la boca y veloz la volvió a cerrar. El chillido que soltó a continuación, condujo ambos pares de ojos a unos nudillos salpicados del jugoso líquido.

— ¡Maldición! No sé cómo amas hacer esto todos los días. ¡Yo ni siquiera sobrevivo haciendo una salsa!

El Uzumaki, hasta ese momento callado, se separó del chinero y tomó las riendas de la cocina. Con envidiable técnica, balanceó el caldo en el centro de la cacerola, echándole entre tanto algunas especias y condimentos que, con el calor y la mezcla, emanaron un hervor capaz de despertar los apetitos más muertos. Cuatro minutos más, y aquella sugerente imagen igualó a la perfección.

Naruto apagó la llave del hornillo y volvió hacia un contrariado Nara, que figuró resolver nunca más despegar los brazos del refugio de sus costillas.

—Vamos, Shika. Si quieres impresionar a Temari con una cena debes de poner de tu parte. Las chicas se aburren de comer sólo frituras y frutas enlatadas.

—Quién dijo que estaba preparando algo para ella.

—Tú mismo. Además, cuando te pones esos zapatos y te estiras el pelo en esa coleta, es sinónimo que tu chica te ha exigido un poco de tiempo a solas, ¿o acaso me equivoco?

Los gestos de socarronería del rubio incendiaron el rostro de su amigo. Shikamaru ante los demás podría dejarse ver como alguien maduro e ingenioso, tal vez, más de lo que podía acreditársele por su edad; sin embargo, él conocía en sobremanera al sometido hombre que vivía bajo el poder de una novia autoritaria y tenaz.

En medio de aquel pensamiento, le fue inevitable no reflexionar sobre su penosa suerte con las mujeres. Una escena de él quemándose las manos para prepararle una comida especial a su mujer, fue algo que hacía poco se le apeteció entrañable; pero que ahora, no lo concebía más qué como una dolorosa ridiculez.

— ¡Hey!, no desvíes el tema de la conversación. ¿Realmente te vas?

—Sí. He venido a despedirme...

—Espera un momento. ¿A dónde vas; y sobre todo, por qué?

El ojiazul pasó unos dedos por su cabellera, ganando tiempo para decidir el orden de sus respuestas y el tono a utilizar en éstas. Destensando los hombros se apoyó en la lisa pared de su espalda, y encerró los dedos en puños mientras copiaba a su amigo y se cubría el tórax con los brazos.

—Han aceptado mi traslado; me iré a Italia— Júbilo; lo primero que intentó y lo primero en que falló—. Empaco hoy y viajo mañana por la tarde. No sé cuándo...

Falsas Impresiones- NaruhinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora