Capítulo 1. Monstruos.

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Era su primer día y estaba jodidamente nerviosa. No había dormido absolutamente nada, pero que mejor que un poco de base de maquillaje para arreglar esas horribles ojeras y esa cara digna de zombie. En serio, podría ser perfectamente una más del elenco de la serie esa que se quieren comer los cerebros de los vivos, la de los muertos que caminan y son asquerosamente feos. The Walking Dead, sí, esa misma.

Se puso frente al espejo y se dio los buenos días a sí misma, todo un ritual desde hacía unos años atrás. Su padre le repetía muchas veces que cuando estuviese nerviosa se pusiese enfrente del espejo y dijese muy convencida "yo valgo mucho y puedo con todo, eres horriblemente guapa", a la vez que le tiraba un beso a su reflejo. Ella pensaba que su padre simplemente estaba loco, pero con el paso del tiempo descubrió que cuando se ponía nerviosa, le funcionaba hacerlo, así que simplemente lo hacía.

Su madre, en cambio, nunca iba a saber de ese pequeño ritual, a no ser que la pillase desprevenida, porque seguro que le decía lo mal que estaba de la cabeza, como cuando lo hacía su padre y se lo decía: <<pareces un loco hablándote en el espejo>>. Así que quedaba como el mayor secreto entre el espejo y ella.

El secreto más digno, porque ella, era guapa. Era de una estatura normal, con el pelo castaño y largo, y con unos ojos igualitos a los de su padre, verdes, un verde que te atrapaba de forma hipnótica si te miraba fijamente.

En realidad tenía cara de lunes. Sí, esa típica cara después de una resaca del quince que te dura un par de días. Ojalá fuese resaca. Se había pasado todo el domingo preparándose para las clases del lunes, estudiando detenidamente todos los detalles para esa nueva aventura que le deparaba.

Se miró al espejo, se aseó, se arregló un poco y se dijo lo guapa que era.

Ritual realizado.

Caminó hasta la cocina y cogió la cafetera para servirse un café bien cargado. Un café solo, su preferido. Adoraba el aroma que se acoplaba en la cocina. Vio que su madre le había dejado preparada también una tostada y algo de fruta cortada, pero no logró comérselo todo. Miró el reloj y vio que se acercaba la hora de marcharse rumbo a su nueva rutina.

Otra vez ese cosquilleo en su estómago por los nervios.

Lavó la cubertería que usó en su desayuno y recogió un poco la cocina, no quería que cuando llegase su madre le dijese nada sobre lo desordenado que lo había dejado todo.

Cogió el abrigo de su percha, el bolso que lo tenía preparado desde el día anterior y las llaves del mueble del recibidor, seguidamente emprendió el camino hacia su nuevo destino.

Tardaba 1 hora y 15 minutos en coche si se trataba de hora punta y, efectivamente, era hora punta. Estaban en pleno invierno, enero para ser exactos, hacía mucho frío y el tiempo amenazaba con comenzar a nevar, por lo que la carretera y la ciudad, que era el destino al que se dirigía, estaban abarrotadas de coches.

Con este temporal a nadie le apetecía ir andando a su destino, sería de locos y chiflados, y a ella no la iban a tachar de loca y chiflada. Bueno, si la veían con su ritual en el espejo quizá alguien la llamase así, pero era su secreto.

Entró al coche, se puso el cinturón y revisó bien los espejos. A veces había algún gracioso que le gustaba mover los espejos de los coches en ese pueblo, así que le gustaba asegurarse antes de arrancar y no darse cuenta de que tenía baja visibilidad una vez que estuviese de camino. Arrancó y la radio comenzó a sonar con una melodía que le sonaba mucho y un estribillo que le iba como anillo al dedo.

"Zombie, zombie, zombie, eh, eh...".

Sonrió con picardía, como si alguien la estuviese viendo, y se dijo a sí misma: "seguro que te han visto la cara que llevas y te la están dedicando". Seguro que era eso, sí.

Performance - Clexa AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora