Capítulo 1: El Regreso a Casa

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El mundo estaba lleno de personas con diversos matices de personalidad: algunas crueles y vacías, mientras que otras eran bondadosas y compasivas. Pero para mí, desafortunadamente, la crueldad y la falta de aceptación vinieron de la persona más cercana y significativa en mi vida: mi propio padre, Elías Preston. Desde que tengo memoria, él ha odiado el hecho de que sea una niña; su deseo siempre fue tener un hijo varón para dar continuidad a su legado. En un principio, me preguntaba por qué no simplemente tuvo otro hijo, quizás esa vez sí hubiese sido un niño. Sin embargo, más tarde me enteré de que mi madre no podía volver a quedar embarazada debido a los riesgos que eso conllevaría tanto para ella como para un nuevo bebé. Aunque parezca difícil de creer, en aquel entonces mi padre tenía buenos sentimientos y amaba demasiado a mi madre como para exponerla a peligros.

Los primeros diez años de mi vida transcurrieron con mi padre ausente debido a sus frecuentes viajes de negocios. Al principio, eso no me importaba mucho, ya que apenas lo conocía y apenas me había hecho una idea de quién era. Todo cambió un día cuando finalmente regresó a casa. Recuerdo que estaba emocionada, como cualquier niña de diez años que no había visto a su padre durante tanto tiempo. Sin embargo, esa emoción pronto se desvaneció en el momento en que él me miró y preguntó por su hijo.

Salí corriendo de mi habitación con una sonrisa radiante, ansiosa por conocerlo y abrazarlo. Pero todo lo que escuché fueron gritos furiosos de mi padre, dirigidos a mi madre, diciendo: "¡Te dije que quería un niño!". Aquello fue como una daga que atravesó mi corazón, una herida que nunca cicatrizaría por completo. Ver a mi madre llorar desconsoladamente fue la gota que colmó el vaso. No podía soportar verla sufrir por mi culpa.

Sin pensarlo dos veces, entré a mi habitación y tomé las tijeras que estaban sobre el escritorio. Cada mechón de cabello que caía al suelo parecía liberar una parte de mi dolor y frustración. Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras seguía cortando mi pelo, hasta que el último mechón quedó en mis manos. Fue en ese momento que sentí que la única solución era mostrarle a mi padre que, aunque no me quisiera como hija, yo podría convertirme en aquello que él anhelaba para agradarle y evitar ver a mi madre sufrir.

Mi madre entró a la habitación, encontrándome con los ojos enrojecidos y el cabello desordenado.

—Julieta, ¿Qué has hecho? —preguntó con preocupación.

—Lo hice por ti, mami —respondí con voz entrecortada por las lágrimas—. Pensé que si me veía como un chico, él... él podría quererme.

Salí de la habitación y me dirigí a la sala principal, donde me encontré con mi padre, visiblemente enojado y molesto. Mi corazón latía desbocado mientras enfrentaba su mirada, con los ojos aún húmedos por las lágrimas.

—Aquí está... lo que pedías —dije con voz temblorosa mientras me señalaba a mí misma—. Podré parecer un chico ahora, pero tú sabes quién soy en realidad.

Continuaría siendo Julieta, a pesar de todas las expectativas y presiones que me imponían. Aquel momento marcó el inicio de una doble vida, donde ocultaba mi verdadero ser bajo el disfraz de Nicolás, enfrentando el rechazo de mi propio padre y la lucha constante por encontrar mi autenticidad en un mundo que no me aceptaba tal como era.

El viento fresco acariciaba su rostro mientras Julieta miraba por la ventana del auto. Después de un largo viaje, finalmente había regresado a casa. Sin embargo, no era un regreso lleno de alegría y emoción, sino de aprehensión y angustia. Aquel lugar que debería ser su refugio, su hogar, se había convertido en una jaula dorada, donde vivía prisionera de una identidad que no era la suya.

El chofer detuvo el auto frente a una elegante pero discreta casa. Julieta suspiró, sabía que detrás de esas puertas la esperaban su padre, Elías Preston, y su madre. No podía evitar sentir un nudo en el estómago cada vez que se enfrentaba a ellos. Desde aquel fatídico día en el que se reveló su verdadera identidad, su relación con su padre había cambiado drásticamente.

Antes de bajar del auto, Julieta se miró en el espejo retrovisor. Su cabello corto y su apariencia masculina eran un recordatorio constante de la mentira en la que vivía. A lo largo de los años, había perfeccionado su acto, interpretando el papel de Nicolás con precisión. Pero, por dentro, se sentía como una marioneta cuyos hilos eran jalados por la voluntad de su padre.

Finalmente, salió del auto y se encontró cara a cara con el chofer en lugar de sus padres. No pudo evitar sentir un atisbo de alivio al no tener que enfrentarlos de inmediato.

—Gracias por traerme de vuelta, Sebastián —dijo con una voz apagada.

—Es un placer, joven Nicolás —respondió el chofer con un tono cortés.

Julieta esbozó una leve sonrisa, agradecida de que Sebastián la llamara por el nombre que su padre insistía en usar en presencia de otros. Sin embargo, eso solo profundizaba su sensación de alienación y soledad.

Caminó hacia la entrada de la casa, donde su madre y Roger, el joven que había conocido esa mañana, la esperaban.

—Oh, parece que ya estás aquí —saludó su madre, tratando de parecer entusiasta.

—Sí, estoy aquí —respondió con un dejo de indiferencia.

Roger la miró con una sonrisa amistosa y extendió la mano para saludarla.

—Soy Roger, mi madre y  tu madre son amigas. Nos conocimos esta mañana.

—Hola, soy Nicolás —dijo, estrechando la mano de Roger.

Julieta se sintió incómoda ante la presencia de un extraño en su hogar, pero hizo lo posible por disimularlo. Sin embargo, sus pensamientos se desviaron hacia su padre. ¿Dónde estaba él? ¿Por qué no la recibía? Sabía que él prefería evitarla después de tantos años de conflicto.

—Lo siento, tu padre tenía trabajo, yo estaba ocupada en la casa —explicó su madre.

—No me sorprende —respondió Julieta, con un tono más cortante de lo que pretendía.

—Espero que podamos compartir una comida juntos en el restaurante que te gusta tanto —dijo su madre, intentando cambiar el ambiente tenso.

—Está bien, supongo —contestó, sin mostrar demasiado entusiasmo.

Sin embargo, por dentro, su corazón latía acelerado. Sabía que la cena con sus padres podía ser una oportunidad para intentar acercarse a su padre, pero también significaba enfrentar sus expectativas y desafiar la jaula que la había mantenido prisionera durante tanto tiempo.

Subió las escaleras hacia su habitación, la misma habitación en la que había tomado la decisión de convertirse en Nicolás. Se dejó caer en la cama y miró el techo. Las emociones se agolpaban en su interior, la incertidumbre y la tristeza la envolvían. Anhelaba ser ella misma, pero temía el rechazo de su padre y el juicio de los demás.

Entre sus pensamientos, recordó el día en que su padre la descubrió por primera vez, y cómo esa revelación marcó un antes y un después en su relación. Fue entonces cuando empezó a vivir la mentira que se había convertido en su vida diaria.

Continuará...

Prisionera de mi misma(Prisioner of her myself)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora