He encontrado un placer mórbido en cada cuerpo que escarbo.
Me resulta bastante interesante, envolvente y atrayente pesquisar y descubrir viejos dolores, traumas y tristezas de antaño en toda alma desdichada que se cruza por mi camino.
Y es que en esas cavidades de los corazones rotos es fácil hurgar. En esos sentimientos destruidos, hendidos y fragmentados, me siento un turista entusiasmado. Es ahí donde mis pupilas se dilatan y donde se acelera mi pulso. Ahí, donde la sangre cae a borbotones, donde la muerte ronda con su famélica figura y donde la depresión está asentada; en ese lugar donde hiede a deseos reprimidos, a sueños quebrados, a ilusiones descompuestas, es donde me paseo.Tantas, tantísimas penas que nunca entendí. Pesares que se me clavaron entre pecho y espalda. Sollozos interminables que aún escucho en mi mente. Rostros demacrados. Cicatrices que sanaron en falso. Penas y más penas son ahora mi paisaje predilecto.
¿Por qué no disfrutar de toda esa mezquindad que queda cada vez que termina el amor?
¿Por qué negar que es errando como aprendemos a vivir y, por qué no, a morir también?
¿Qué sentido tiene tomar pastillas antidepresivas, cuando lo genial está en gozarse el dolor?
¿Por qué llenarnos de recuerdos, cuando estamos llenos de olvidos?
No me importa. No nos importa, realmente.
Veo cuerpos caminando, pero van vacíos a un abismo cíclico de eternos bucles malditos de horrores, camuflados de sentimentos puros y de buenos deseos.
Me gusta pararme en el mismo sitio a ver el espectáculo y, eventualmente, dedicarme a rescatar a uno que otro inerte ser, para luego envenenarlo con mis palabras, llenas de amarga sabia.
Son grandes sorbos, enormes bocanadas de licor lo que hacen de mí una persona normal, para este mundo tan loco. Me río de mí mismo y de mi descabellada melancolía. Me río de esta mentira y de mis gustos peculiares.
Prefiero no cerrar los ojos, prefiero no vivir de fantasías. Prefiero acariciar la suave hoja del cuchillo que tengo cerca a mi cuello...