Mi vida se ha desvirtuado, alcanzando límites insospechados para mi ingenuo y tardío intelecto.
Me encuentro divagando en penumbras, con un frío de melancolía abstrusa, ¿cómo encontrar una manera de existirte, amor?
La ponzoñosa tara, pútrida herencia de este sentir tan desastroso que es mi forma de querer, me hiere el alma cada que se lo propone.
Deseoso estaría que fuera exiguo este noble sentimiento pero, para mi infortunio, me desborda a raudales, exorbitando, incluso, el anhelo inicial.
Soy un hombre inerme ante las inclemencias del hábitat que circunda aquel paraíso, casi ininteligible, llamado el amor. Todo aquel que lo halla bebe de sus manantiales de aguas tan dulces como la miel, sacia su sed sin un ápice de intranquilidad. Se une a la danzarina melodía de ninfas y hadas que musitan frasecillas que inducen al frenesí pasional y erótico de ese entorno empíreo, convencido en sobremanera que jamás se perderá o extraviará de ese edén.
¡Nada más triste que la realidad que le aguarda!
¡Nada más doloroso que el golpe aplastante que logra asestar esa crudeza de lo real!Pues, aún el ente no ha asimilado tal belleza cuando aquel lugar de gloria desaparece al pestañear. Se esfuma en el lapso agónico de un abrir y cerrar de ojos. Se desvanece cual niebla ante el inclemente sol veraniego y es tan pesaroso el estado siguiente del afectado que podría compararse con el dolor del síndrome de abstinencia de aquel que es adicto a sustancias psicoactivas.
Y es allí donde comienza la empresa. La nueva búsqueda: encontrar una vez más aquella bienaventuranza.
Mi vida se ha desvirtuado, alcanzando límites insospechados para mi ingenuo y tardío intelecto, pues, ha sido largo el recorrido para comprender que no es otro ser quien salvaguarda el amor. Es una contradicción buscarle. Existe y es. Él nos busca y no nosotros a él...