Me asombra un poco tu desinterés, aunque no deseo reprochártelo.
Vives como un mendigo, aunque creo que un mendigo es más feliz.
Te ufanas de una sabiduría inexistente, de la inteligencia que dices poseer.
Eres el resultado del acumulado social y humano de tu linaje, y lo asumes con tal gallardía que los que están a tu alrededor confían ciegamente en tus aparentes capacidades.
Desearía poder decir que es fantástico debatir contigo pero es todo lo opuesto. Balbuceas niñadas y vociferas sandeces. Promulgas y promueves ideas tan ilusorias como tu intelecto, y es tal la confianza que te tienes que no has logrado descubrir el límite de tus tonterías.
Así pues, deseo que, en tu viaje colosal de tres metros sobre el nivel del mar, alcances las estrellas que fuiste a buscar. Aunque esas estrellas, posiblemente, te toque pintarlas con arcilla blanca sobre algún pizarrón.