× Capítulo 10 ×

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3:00 pm.

Al parecer la casa de los Curiel siempre había tenido ese aspecto tétrico, nadie podría vivir en un lugar tan solido, daba miedo, los colores negros, las tonalidades grises, el desgarrador silencio, todo —desde el diseño hasta el ambiente— era tan aterrador.

— ¿Segura? —repitió por tercera vez el mayor.

— No necesito que entres conmigo, Jo—sonrió la castaña—, estaré bien.

— ¿Puedes dejar la puerta abierta? No quiero que nada te pase —acarició la mejilla de su acompañante—, por favor.

— Adiós —su novia rodó los ojos mientras bajaba del auto, tomó la cerradura y abrió lentamente, un escalofrío recorrió todo su cuerpo—. Vamos ____, ya lo has hecho antes —se animó, entró y dejó la puerta abierta cumpliendo el capricho de su novio.

Cada vez que se encontraba en esas cuatro paredes una sensación de adrenalina invadía su cuerpo, temía ser descubierta y a pesar de que en estos días la ha pasado de maravilla con su madre aún no se sentía segura.

Y efectivamente, los buenos momentos no duran para siempre.

— ¿Acaso no te da vergüenza? —esa voz sumamente grave la hizo estremecer—, eres una perra mal agradecida, después de todo lo que te di, te vas te vas con tu hermano, a quien ni siquiera conoces.

— ¿Todo lo que me diste? —una carcajada salió de los labios de la ojiazul—, ¿maltrato? ¿Humillación? Oh créeme, prefiero estar con alguien a quien no conozco a estar con un idiota como tú —trató de oírse segura a pesar de estar nadando en nervios.

— Si alguien me hubiera dicho que serías una maldita prostituta, hubiera obligado a tu madre a abortar —la tomó por el cabello. A pesar de estar sobrio, Ignacio ya no tenía reparación—, no puedes entrar y salir las veces que quieras —le susurró al oído apretado su agarre—. Vas a regresar, es un hecho, necesito que mi hija este conmigo, necesito una buena imagen en los medios.

— ¿Tu hija? No tienes el derecho a llamarme así desde hace años —gimió al sentir como su padre jalaba de su cabello—, qué si no lo hago.

— Haré sufrir a todos los que amas: empezando por el maricon de Alan, seguido de Axel y por último el pedazo de mierda que te conseguiste como novio —la tomó por el cuello obligándola a mirarlo—, y por ende haré de tu vida un infierno... No queremos eso.

— El único pedazo de mierda aquí eres tú —le escupió directamente al rostro.

Una sonrisa apareció en el rostro de su progenitor, limpió bruscamente parte de su rostro y nariz, su sonrisa se hizo más espeluznante poniendo el límite todos los sentidos de la castaña. Cerró su mano y lo alzó dispuesto para golpear a la menor. Ésta cerró los ojos esperando el impacto, por fortuna jamás llegó.

— No vuelvas a tocarle siquiera un cabello —la voz de Jorge la sorprendió, abrió sus ojos con temor, Jorge tomaba la muñeca de Ignacio y sus ojos se habían vuelto un azul oscuro, una mueca de dolor cruzó por el rostro del adulto—, vámonos de aquí —lo soltó sin despegar su mirada amenazante de él.

— Piensalo cariño, ambos sabemos las consecuencias —y sin más, cerraron la puerta dispuestos a no volver en un buen tiempo.

O al menos hasta que Ignacio se lo permitiera.

Ella no pondría en peligro la vida de sus amigos, quizás solo eran amenazas pero cualquier amenaza, por más mínima que sea, algún día se haría realidad, ella no lo soportaría, no aguantaría ver a sus chicos desaparecer.

Por primera vez el camino se hizo eterno, incluso la música comenzaba a estresarle, miró por la ventana recordando su niñez, sin duda la mejor etapa de su vida: los juegos, los dulces, sus juguetes; todo era hermoso y perfecto, ¿cuál es la única preocupación de un niño? ¿No encontrar su meñeco favorito? ¿O verificar si no sé le pudren los dientes?.

Mokita (Tonalidades III) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora