Grayson cargaba sus maletas hacia la parte trasera del taxi.
Tenía los ojos hinchados y rojos, hoy partiría a Noruega por una semana. Ayer por la noche, cuando habló con Carlena por teléfono, se echó a llorar pues ella tenía razón cuando le había dicho que Grayson ya no era el mismo, que parecía que intentaba alejar a todos y tras la noticia de su repentino viaje se sintió la peor persona de todo el mundo por no haberle notificado a su mejor amiga sino hasta un día antes del vuelo.
Quizá un tiempo lejos le ayudaría a poner sus problemas en orden y al final cuando volviese a Londres, convertirse en un hombre nuevo. Debía aclarar sus dudas sobre si quedarse con Leo, o terminar con esta confusión y olvidar que alguna vez se había fijado en un chico.
He ahí el dilema, la respuesta ya la sabía mucho antes de si quiera pensar en ello.
Se sentía como si su corazón se desgarrara pedazo a pedazo por ocultarle la verdad a Leo; dolía hasta el alma, la culpa lo estaba matando por dentro lentamente. Se sentía tan real que comenzó a marearse repentinamente y el cuerpo comenzó a dolerle igual que si mil agujas estuviesen atravesando su piel en una sádica tortura. Incluso la sangre que corría por sus venas se sentía más espesa. Se agarró el estómago con ambas manos luchando por mantenerse en pie.
Respiró y exhaló y repitió el movimiento un par de veces hasta que todo estuvo en orden. Anabeth salía de la casa con su bolso de mano y las llaves para asegurar su vivienda mientras ambos estuviesen fuera.
Entonces escuchó una puerta abrirse, levantó la mirada con cansancio hasta la casa de al lado, aquella anaranjada de dos pisos, donde justo en la entrada subiendo los escalones se encontraba un Leo vestido en un suéter blanco y el rostro rojo por el frío de aquella mañana.
—Un hombre que se levanta a las cinco de la mañana para despedirse de ti vale oro, hijo. —su madre le dijo viendo la confusa escena.
Grayson sonrió a escondidas. Lo sabía.
Se arropó a sí mismo caminando los escasos metros hasta el jardín de los Santore.
Empujó lentamente la verja y caminó con pereza, notando gracias a su mirada caída que la tierra se le pegaba a su tenis.
—¿Estás bien? —preguntó el chico de cabello negro.
—Sí, he puesto mi alarma a la hora correcta, ¿ya están listos?
—Eso creemos —ríe—, las maletas ya están en la parte trasera del taxi, tenemos nuestros documentos en el bolso de mi madre, supongo que todo está en orden.
—Entonces espero que se diviertan mucho.
Leo avanzó hasta Grayson y lo envolvió en un gran abrazo, escondiendo su rostro en su cuello respirando la familiar colonia. Las lágrimas comenzaban a avecinarse y no había manera de detenerlas. Sollozos casi inaudibles como quejas llegaron a los oídos de Grayson y aquellos ecos de sufrimiento terminaron de romper su corazón.
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Buenos días, Héroe
RomanceGrayson y Leo cruzaron caminos en el momento y lugar equivocado en lo que fue una simple coincidencia. Sin embargo, deciden continuar con la extraña atracción que surge entre ellos que los incita a estar cada vez más juntos. En su búsqueda por encon...