Capítulo 14

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—Estás ebrio —dijo como si no fuese obvio

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—Estás ebrio —dijo como si no fuese obvio.

—¿Qué haces aquí?

—Ven, será mejor que vayamos a tu habitación. —respondió evadiendo la pregunta.

—Suéltame —gritó por lo bajo zafándose de su agarre—. ¿Qué haces aquí? —preguntó de nuevo, perdiendo poco a poco el conocimiento. Siete cervezas y un par de copas estaban comenzando a hacer efecto, llegó a pensar que caería en un coma. La cabeza le palpitaba y sentía sus piernas temblorosas.

—¿Por qué? Yo... Oh... —dijo con torpeza antes de marearse.

Sienna tuerce sus labios en desaprobación, entonces camina rápido y sostiene el ancho cuerpo de su ex novio por el brazo. Pesaba más de lo que recordaba. Sabía que no podía delatarlo y despertar a su madre cuando él se encontraba en estas condiciones, así que decidió llevarlo con toda su fuerza hasta las escaleras, rezando porque no se le ocurra dormirse a medio camino. Una vez que llegaron hasta la puerta, ella puso todo su esfuerzo en girar la perilla. Leo murmuró algo sin que ella pueda entender del todo. Un pequeño olor a tequila le llega a su nariz.

—Pequeño bastardo, sí que te has divertido —susurró con gracia.

Caminó hasta la cama y ahí le empujó, hasta que en un par de segundos un par de ronquidos casi inaudibles se hacen presentes. Sienna resopló, comenzó con las botas de Leo, tirando de ellas en un intento por quitárselas de sus pies, todavía continuaba preguntándose cómo es que no soltaba un mal olor. Entonces siguió con su camisa y pantalón. Ahora se encontraba demasiado cansada como para vestirle con su pijama así que se echó a dormir a su lado.

El sol entraba en toda la habitación llenándola de luz, le fue imposible seguir durmiendo. En un movimiento de brazos para frotar sus manos contra los ojos sintió otro cuerpo a su lado.

Fue ahí cuando el sueño se evaporó. Volteó rápido a su derecha para ver una larga cabellera castaña, largas pestañas y labios gruesos.

Gritó, él gritó fuerte provocando que ella se despertara. Entonces ella rodó hasta caer al suelo.

—¿Sienna?

—¡Por el amor de Dios, Leo! ¡Casi me rompo un brazo!

—¿Qué demonios estás haciendo aquí?

—Dormía, gilipollas, ¿qué más te parece?

Leo levantó la sábana, notando que estaba desnudo.

—Maldición.

—Joder, sigues siendo un imbécil en las mañanas —ella dijo furiosa.

—¿Por qué tú estás con ropa interior? —preguntó dudoso.

—¿En serio no recuerdas nada de anoche?

Él negó. Sienna comenzó a descolocarse de risa, tirada en el suelo con la boca abierta mientras carcajadas brotaban de su garganta.

Buenos días, HéroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora